martes, 18 de septiembre de 2012

Ausencia justificada: Soterrado


No, a ver, tengo una buena excusa.

Los últimos años de mi vida no he ido a la playa por una sencilla cuestión de pudor: me avergüenza tener pelos en sitios donde no tienen ninguna función práctica y no tenerlos donde por lo menos deberían tener una ocupación decorativa básica.
Dar detalles me parece innecesario.

Bien sea por la edad, bien por la desidia moral y estética que últimamente guía mi camino, la última semana de agosto cogí mi bañador, mi toalla de Mortadelo, gafas, tubo, cubo y pala y me dirigí a una amplia zona de fina arenilla en la costa. Las olas llegaban justo donde tenían que llegar, aunque alguna se aventuraba un poco más que las otras y mojaba los pies de los cadáveres de turistas del norte de Europa que los servicios de limpieza del ayuntamiento pertinente aun no habían recogido y que esperaban, con cara de satisfacción, en la misma orilla. Parecían medusas rellenas de sangría.

Sorteando estos y otros cuerpos en aparente buen estado de conservación, llegué al agua, ataviado con mi gran bañador rojo. Comprobé con la puntita de un dedo del pie derecho que el agua estaba mucho más fría que el aire, lo cual provocó que la piel de mis brazos se llenara de puntitos y que volviera corriendo al lugar donde había dejado la toalla diciendo cosas como: “¡ay, uy, uy, uy, uy!”.

Es por ese motivo que decidí dedicarme a “sacar agua”.

Esta práctica consiste en hacer un agujero en la arena, ayudado por la pala de plástico, con el líquido objetivo de llegar al agua que se ha colado, por capilaridad o por curiosidad, bajo las toneladas de arena que forman la playa.
Lógicamente, cuanto más cerca de la orilla se haga el agujero, antes se encuentra el agua. He hecho un sencillo gráfico para que ustedes lo vean más claro:


En mi caso, decidí hacer el agujero quizá demasiado alejado del lugar más indicado, porque me gusta retarme a mí mismo y porque así tenía mejores vistas de una pareja de francesas depiladas que reían simpáticamente agitando sus cuerpos.

La cosa es que tuve que cavar mucho. Más de dieciocho horas sin descanso. Ya ni oía a las francesas. Llenaba el cubo y con un ingenioso sistema de poleas lo subía y vaciaba el contenido junto a la boca del agujero.

Como no podía ser de otra manera y debido probablemente a la típica agitación de la corteza terrestre, la montaña de arena que se había ido formando al lado del agujero, cayó dentro de éste y por consiguiente sobre mí.

No fue mi espíritu luchador el que me sacó de allí, si no el hambre. Un largo y penoso trabajo de muchos días (incontables a causa de la ausencia de luz). Finalmente, el viernes pasado, conseguí asomar mi hociquillo al exterior. Desde entonces he estado llenando mi estómago de bocadillos mucho más que consistentes y mis pulmones de aire moderadamente limpio.

¡¡Estoy vivo!!


5 comentarios:

  1. Siendo así, se te disculpa la ausencia...brrr
    [¿O a lo mejor tú leías, entre trago y trago, a Kierkegaard?]
    dl·Sp

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  2. Que va, que va, que va, ¡yo no leo a Kierkegaard! ¿Cómo voy a leer a un tipo que me dice que tome consejo de mis enemigos? Nononono... ¡Al enemigo no hay que darle la oportunidad ni de abrir la boca! Si no, no haber sido enemigo. Se siente.

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  3. Sr. Perez, celebro su regreso. Escupa la arena y haga el favor de seguir regalándonos otro "puñao" de historias delirantes. Hoy ha logrado usted arrancar usted alguna que otra histriónica carcajada de este cuerpo enfermo en el que han hecho nido los rinovirus y los coronavirus. Tanta risa fortuita y sin aviso me ha obligado a retirar posteriormente los fluidos que expelidos de mi nariz alcanzaron la pantalla del portatil, pero... ha merecido la pena. Y ahora voy a por mi dosis de dextrometorfano y codeina.
    Odaya.

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  4. Odaya, ¡qué elegancia la suya al describir los perdigonazos mocosos! Por favor, usted cuídese, cuídese usted. Usted, usted y usted.
    Un beso, así un poco de lejos, que yo ya tuve lo mío y no me hace falta más.

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