miércoles, 18 de diciembre de 2013

Plazas duras

Cada cosa debería estar en su sitio.

Por poner un ejemplo que pueda entender hasta aquel tontazo que está al fondo de la clase, el del polo con un caballo grande dibujado: imaginemos que viene a nuestras casas una señora con un vestido estampado y nos coloca siempre el cepillo de dientes entre un CD de Jaco Pastorius y ese de Janis Joplin que nunca has escuchado. Pues mal. Mal lo del cepillo de dientes ahí, no que no hayas escuchado a Janis Joplin, eso me parece comprensible si no te drogas.

Quizá el ejemplo no haya sido muy buena idea. Da lo mismo. Yo lo que quería decir y que me parece importante compartir con la Humanidad es que no sé por qué tanta gente se empeña en que haya árboles en las ciudades.
Los árboles son esos palos que parecen porteros de fútbol con el pelo rizado, ya sabéis a qué cosas me refiero. Los árboles son minerales propios del campo. También son vegetales como el papel. Los árboles no son como los champiñones, que vienen de otro planeta, si no que ya nacieron aquí. Los inventó un señor senegalés mientras le escribía una postal a su novia allá por el año 1876.

La cuestión que quiero denunciar y para ello utilizo este espacio, es que los árboles están muy bien, al igual que otras cosas verdes, como arbustos, hojas, plantas y ranas. Están muy bien, sí, pero en su sitio.

Las ciudades - que llevan aquí toda la vida - se idearon para ser grandes bloques ordenados, rectilíneos, perpendiculares y paralelos, consistentes, seguros y ante todo libres de insectos pequeños como las hormigas e insectos grandes como los tractores.

¿No deberían ser las ciudades reductos libres de vida que no sea humana o, como mucho, gatuna? ¿No se deberían establecer controles a la entrada de las grandes urbes para impedir el paso de orugas, escarabajos, helechos y berberechos? Quien quiera naturaleza, que se vaya a vivir a un pueblo. O mejor, a una comuna. Jipis fumados y bohemios, eso es lo que sois.

La cosa, en un mundo civilizado, debería ser así: en las metrópolis, personas (y algún gato) Fuera de ahí, lo verde y animal. Que no se molesten los unos a los otros, así yo no tendría que limpiar más excrementos de pájaro en la terraza y por otra parte, la exuberancia de los bosques estaría mucho más tranquila sin tanto pirómano chalado acechándola.

domingo, 6 de octubre de 2013

Blog cerrado.

Eso es lo que a muchos de vosotros os gustaría, ¿eh?

Ya sé que estáis ahí, agazapados, esperando que cierre el blog, que anule mi cuenta, que mediante la medicación adecuada olvide todas las contraseñas, que empiece a estudiar para hacer oposiciones a notario y que tras el predecible fracaso acabe cobrando un sueldo miserable en Supermercados Méndez reponiendo botes de tomate frito y ayudando a señoras bajitas a coger productos de limpieza del tercer estante mientras me insultan porque al ser aun más bajito que ellas intento encaramarme a sus hombros con unas botas de escalar que me dejó mi primo.

Todo eso por envidia y por MIEDO.

Hablando de miedo, vaya tormenta el viernes pasado. ¡Qué truenazos!

No pienso ceder a las presiones. Esto no se cierra, porque no estaba muerto, sólo estaba de parranda. Que tiemblen los estamentos oficiales, los cuerpos de seguridad del estado, el fbi, la interpol, la europol y la newpol; que se vayan preparando los burócratas chupatintas y los presentadores de televisión engominados. Se prevén dimisiones en masa, suicidios colectivos y depresiones generales porque una gruesa y espesa capa de Crema de Calabacín va a cubrir el mundo.
(si se lee en voz alta, reírse aquí siniestramente e in crescendo)

Se acabó ya tanta tontería, copón.

martes, 9 de abril de 2013

Cíborg


Yo conocí a un cíborg y desaproveché la oportunidad de entablar una conversación con él.

Fue una noche, en un bar. Extrañamente, me encontraba yo en un establecimiento de esa índole.
Mi querida amiga, la señora Lloret, me dio un codazo, que provocó que gotitas de mi trinaranjus cayeran sobre el regazo de una joven a la cual yo había estado guiñando el ojo toda la noche, pero luego resulta que era novia de otro que también estaba por allí, al que yo le había hecho hirientes bromas sobre su calvicie y sus gafas y que no sé yo si se lo tomó bien, porque él posteriormente comentó algo de los gordos que se peinan hacia delante para tapar la frente.

Bueno, al tema.

Lloret, señalando a un tío que llevaba una especie de webcam pillada en la cabeza, me dijo algo así como: “mira, miraaa, el tío de la cámara que coloressssh en eso de los sonidos wauuu”. No hace falta decir que ella no bebía trinaranjus.

La cosa quedó ahí, pero días después, ella me envió este enlace:


Sé que leer noticias es un rollo, así que lo resumo:
El pavo en cuestión, que sólo puede ver en blanco y negro, se hizo instalar un artilugio que, mediante una cámara, traduce los colores a notas musicales.

Bueno, yo pensaba que el tipo era un excéntrico hortera con un micrófono de pc pegado a la cocorota y resulta que es un cíborg-artista. Dice que los ciborgs son “un grupo social y un movimiento artístico que irá creciendo a lo largo de este siglo”.

No puedo dar detalles de la gran decepción que me llevé al leerlo.

Los ciborgs no son eso. Los ciborgs tienen que ser operarios en líneas de montaje que con sus doce brazos hagan el trabajo de seis prejubilados o cuatro parados de larga duración. Los ciborgs tienen que ser cirujanos con manos mecánicas. Los ciborgs deberían poder hacer cálculos infinitesimales para dar bien el cambio en el colmado cuando compres pan y un bote de tomate frito. Los ciborgs, tal vez, podrían ser efectivas máquinas de matar. Pero...  ¿artistas? ¿qué broma es ésta? ¿musiquitas y colorines?

Ay... si Sarah Connor levantara la cabeza...