miércoles, 20 de junio de 2012

Agradecimientos sinceros


Estoy realmente impresionado por la respuesta obtenida.

He recibido miles de millones y algunos trillones de megazillones de mensajes en mi correo electrónico. Aquí pego unos ejemplos:

“Señor Pérez:
 Desde la asociación de víctimas de la reforma laboral queremos agradecerle su gran aportación de ‘cocina fácil’. En nuestra tesitura actual nos resulta muy útil cualquier idea que supla las carencias (especialmente alimentarias, aunque también de sanidad básica) a las que nos vemos sometidos.
Es usted, sin duda, un ángel injustamente caído que....”

“Felicidades, señor Pérez.
Mi familia toda está muy contenta con la nueva receta que hemos incorporado directamente desde su blog. Mis niños siempre le han hecho ascos al pescado, pero gracias a su portentosa genialidad, ahora no hacen más que pedir más y más pececitos de plata crujientitos.
No tengo palabras para expresar el agradecimiento que mi señora y yo sentimos por usted en estos momentos”

“Oh, luz que ilumina la tenebrosa senda
Bastón del afligido
Báculo del antiguo
Trazador de planes
Visionario de la....”

“A dejado usted las croqetas de mi madre a la altura del vetun
un abrazo”

“Querido amigo:
Acabo de dirigirme al comité de ancianos que dirige la fundación Nobel para proponerle a usted como candidato a recibir un premio por su trabajo. Una mente privilegiada como la suya, que tiene en sus manos acabar de un plumazo con el hambre mundia, debería ser....”

“Hazme tuya, so brutote, me parece que en la cama tienes que ser...”


Nunca pensé que una idea tan sencilla pudiera llegar tan lejos. Gracias a vosotros por aceptarme y por vuestros mensajes de ánimo. Desde la humildad, seguiré intentando hacer un buen trabajo.
 
Gracias, muchas gracias. De verdad lo digo. Con el corazón.

viernes, 15 de junio de 2012

Receta nº 1: Pescaíto frito


Queridas amigas, queridos amigos:

Hoy vamos a llevar a la práctica una fabulosa receta sugerida por nuestra amiga Sincopada el pasado 25 de mayo: pececillos de plata frititos y crujientes.

Los ingredientes:

-          Harina: un puñado de puño estándar. Dos puñados de puño pequeño. Medio puñado de puño tipo “Bud Spencer”.
-          Aceite: El suficiente para no ver el fondo de la sartén.
-          Pececillos de plata: tantos como se quieran comer.
-          Sal.
-          Vuelve a entrar, me refiero a cloruro sódico.

No son ingredientes difíciles de conseguir. Se pueden robar en cualquier supermercado o a familiares cercanos.
Lo más difícil es conseguir que los bichillos se dejen rebozar y freír a unos 175ºC, procesos en los que probablemente pierdan la vida. No debemos confesarles nunca nuestros propósitos.

Debemos ganarnos su confianza. Llamemos su atención amigablemente, que no nos vean como una amenaza.



Aquí es importante tener labia. Conseguir que se desinhiban, que se abran. Pero ... ¡cuidado!, no caigamos en nuestra propia trampa: si usamos alcohol, que sólo beban ellos. Tampoco conviene pasarse, porque entonces estaríamos haciendo “pececillos de plata a la cerveza” y no es nuestro objetivo.


Estos simpáticos animales se dividen en dos tipologías:
1.- Deportistas, amantes del riesgo: a estos les encanta esquiar, ofrezcámosles ir a la nieve.
2.- Viciosos, amantes de emociones fuertes: ofrezcámosles nieve.

En ambos casos, estarán felices al ver un plato lleno de harina. Revolcones. Risas.
En el momento de la decepción, los cogemos por la cola y los depositamos en la sartén (con el aceite bien caliente)
No sintamos compasión, esto es la jungla, hay que sobrevivir.

Después de un corto espacio de tiempo, retirar y depositar sobre un trozo de papel de cocina (siempre gran aliado nuestro) para que éste chupe el aceite sobrante.
Poner en una fuente.
Ingerir.

Sugerencia de presentación:




jueves, 7 de junio de 2012

El punzonador lila

Algunas veces me toca ser el señor que vigila la máquina.

Me gusta ver cómo el enorme ingenio perfora metales a golpes y moviéndose muy rápidamente. Hace un ruido (punch punch punch) que varía su intensidad, tono y volumen dependiendo del grosor y naturaleza del material a perforar, así como del tamaño e incluso forma de los taladros ejecutados.
Cuando estás un ratito, no está mal, piensas en los mecanismos, en la información electrónica, en la traducción de ésta a movimientos y todo eso.

Si el trabajo se alarga por horas, la cosa se puede complicar. Me veo a mí mismo, dándole toques con una varilla a las piezas que se quedan bloqueadas. Comprendo entonces que formo parte de la máquina, que me ha abrazado y me ha abducido.
Es una historia de amor bastante común. Ella me quiere, me necesita y no quiere que la abandone. Yo sé que sin mí se podría convertir en un amasijo de hierros retorcidos y humeantes. Claro, me sabe mal.

Un método de evasión utilizado a lo largo de los tiempos ha sido el canturreo. Tenemos, pues, un señor triste dando toquecitos (más de los necesarios) a piezas metálicas, susurrando musiquitas que se inventa sobre la marcha.

Célebre es uno de los hits compuestos en una sesión de punzonado. Hablo, por supuesto del éxito-pop “Te voy a parir”. Su estribillo dice así:

Te voy a parir
Te voy a parir
Te voy a parir

No creo que a nadie le extrañe que después de unas cuantas horas con el punch-punch en la cabeza, cualquier ser humano con corazón decida que sería muy sensato intentar poner el cráneo bajo el cabezal perforador para lucir un bonito agujero de 21,5 milímetros de diámetro en la frente. A veces me saco del bolsillo un recorte de periódico que explica que peces gordos viven a sus anchas (por eso de ser gordos) después de robar millones y millones. Y mientras, yo aquí haciendo el panoli con la maquinita, el estruendo mecánico y mis musiquitas rebotando en mis sesos.

Se puede uno volver loco.

Después de un rato, suelo mirar alrededor, reírme a gritos con las venas del cuello hinchadas, gritar  palabras soeces que escandalizarían a cualquier señorita de buenos modales, llorar un poco apoyado en una columna y luego sigo mirando cómo la punzonadora sigue su trabajo (punch punch punch) Sonrío y me apiado de ella, que al fin y al cabo no tiene media hora para el bocadillo.



domingo, 3 de junio de 2012

Presunto jamón


En los aeropuertos, siempre procuro ponerme las gafas de sol.

Es un intento de adoptar una actitud de: “Pobres turistas mortales, todo esto para vosotros es una aventura, yo cojo más el avión que el metro… palurdos, pueblerinos, mentecatos, espantamoscas, abrazafarolas, sacacorchos”.
Todo esto lo pienso mientras avanzo sujetando fuertemente el DINA4 de embarque (esto ya ni es tarjeta ni es nada) y palpándome continuamente el DNI en el bolsillo. Cuando llego al control de rayos X, suelo sudar de manera abundante y visible, por los nervios. Tanto que aun habiendo hecho sonar el pipipipipipi de la puerta mágica, los encargados de los supuestos cacheos evitan ponerme una mano encima, por lo resbaladizo de mi atuendo y de mí mismo. Antes que acercarse a mí, prefieren que me saque los zapatos, los guantes, las diversas capas de camisetas y hasta el empaste para descartar que sea un peligroso terrorista. Lo dejo todo hecho una piscinita. Luego a algunos les hacen descalzarse, también. Chop chop chop. Chapoteos.

No soy un terrorista, agente, lo juro. No hasta que alguien no forme algún comando tipo “Acción Mutante”. Entonces sí, entonces ya hablaremos. ¿Que qué digo? Nada. Perdón. Son las voces. No, ¿voz? ninguna. Estoy bien, ya paro. No me toque con ese palo. Ya circulo, ya. No me he quitado los pantalones, es que sin cinturón se me caen.

Ahí tropiezo con los vaqueros, me caigo, me lamento y sigo mi camino.

Mi no demasiado bien fingida actitud de seguridad se desvanece totalmente cuando empieza el trabajo difícil: encontrar una pantalla donde ver la lista de vuelos con su puerta correspondiente y, habiendo conseguido llegar hasta ese extremo punto de “conocimiento”, encontrar la puerta de embarque indicada. ¡Tantas veces he acabado preguntando a guapas cajeras de los dutti free, llorando, abrazándome a ellas mientras les aseguraba que si perdía ese avión todo mi mundo podría venirse abajo y mi abundante fortuna desvanecerse! Suelo fastidiar la cosa cuando acaban viendo que mi vuelo es de Ryanair.

Al final siempre se encuentra la puerta. Y se hace cola. Y al final siempre hay niños que gritan y juegan, y padres que les gritan en lugar de darles el collejón adecuado.  Yo sigo convertido en estrella del rock que está de vuelta de todo, aun con el pulso temblando a la hora de enseñar el carnet de identidad. No tiene chip, se cayó. No sé si pasa normalmente, pero a mí sí. Tengo miedo, claro: ¿y si ponen pegas? ¿y si la ausencia de chip, sumada a la foto donde no me parezco a mí mismo les hace dudar y me impiden subir al avión? Tartamudeo ligeramente mientras enseño el carnet y chorros de sudor vuelven a cubrir mi cara, mi cuello, mis hombros y se canalizan todos hasta el ombligo, llenándolo, desbordándolo y convirtiéndolo en una bonita fuente oculta bajo la ropa.

En el finger (perdonad la terminología técnica, pero los ávidos viajeros somos así) empiezo a volver a ser el humano que realmente se esconde bajo esta cara de hombre viajado. Ese proceso se ve completado cuando me siento y relajo la barriga momentos antes de comprimirla bajo el cinturón de seguridad. Abro el libro, saco la bolsa de gominolas y empiezo a devorarlos a ambos.