lunes, 31 de diciembre de 2012

Relleno

No pasa nada.

No es que tenga mucho que decir, pero tenía que hacer esta entrada para poder cumplir con las dos mensuales que llevo haciendo últimamente. Como me comunican que es fin de mes ya, pues aquí lo dejo.

Lo cierto es que sí tengo cosas que decir, sobre todo cosas que me indignan, me enfadan y me ponen un poco nervioso, pero no me acuerdo de nada ahora mismo y encima tengo sueño.

...

Perdón por la pausa. Me han llamado por teléfono y me han dicho que estamos a día treinta y uno del mes de diciembre y que eso significa que hoy se acaba el año. Eso, por lo visto, nos lleva a comportarnos de manera diferente desde más o menos esta hora en la que estoy escribiendo. Mañana, si todo es como de costumbre, será un día aburrido y pasado mañana muchos irán a trabajar y muchos otros no. Realmente no pasa nada.

Podría hacer listas: Lista de cosas del año dos mil doce (buenas, malas y curiosas), lista de posibles cambios de actitud a partir de mañana (empezar a fumar, dejar de fumar, fumar menos, apuntarse al gimnasio, ir más al gimnasio, hablar más con la gente, ligarse a la pescatera, etc...). A mí me gusta hacer listas, me gusta mucho, pero no tengo datos suficientes para que 
hubiera más de un par de puntos en cada listado.

Pues ya está. Creo que lo dejo aquí. Muchas gracias por leerlo.
Bueno, eso sí es un tema: lo mucho que me emociona que alguien lea estas cosas. Es que es muy fuerte. Yo leo otros blogs y me parecen interesantes, divertidos o incluso pegadizos, luego releeo lo que yo pongo y me da como pena propia.

Gracias, gracias, gracias, gracias. A sus pies. Hostias, qué peste. A sus rodillas.

Buenas noches.








miércoles, 19 de diciembre de 2012

Esto ocurrió de verdad muy cerca de Navidad!


El título de esta entrada está plagiado del de una historieta de Mortadelo y Filemón.

Me pareció de una calidad y belleza poéticas inigualables.
No obstante, como el gran Francisco Ibáñez se disculpa en un margen del tebeo por haber hecho esa rima, yo voy a hacer lo mismo que el maestro.

Disculpas

Esto es una historia que sucedió hace muchos muchos años en una tierra muy muy muy lejana. Me la contó un señor muy muy muy muy anciano del Tíbet. O eso decía él. Se llamaba Arnau, tenía acento de Sabadell y los ojos rasgados. Yo no tuve coraje para cuestionarle su procedencia, si algo respeto es a la gente mayor. Quizá no a todos, pero sí a la gente mayor calva. Bueno, tampoco a todos los viejos calvos, pero a éste sí, porque me veía reflejado en él. Por lo de calvo y vejete, ya que es casi seguro que con el tiempo me convertiré por lo menos en una de esas dos cosas.

Bernardito Solomillos salió una hora antes de su clase semanal de lengua francesa. No le gustaba mucho el curso porque él se apuntó pensando que sería otra cosa y que en clase habría muchas rusas, pero aun así acudía puntualmente porque no tenía ninguna excusa real en la que escudarse para dejarlo. Abandonó el centro de estudios muy feliz porque ya no tendría que volver hasta enero y eso le llenaba de dicha.

Entró en el supermercado para comprarse beicon y pan, con el obvio objetivo de celebrar su libertad haciéndose un bocadillo.
Al cruzar por la puerta de entrada sonó la alarma. Él, muy contrariado, se echó las manos a los bolsillos, con gran sentimiento de culpabilidad, aun sin haber podido robar nada ya que estaba entrando y no saliendo. Así se lo dijo al guarda de seguridad, pero éste no reparó en hacerle pasar a un cuarto lleno de paredes y vacío de ventanas. Le conminó a que se quitara la ropa, cosa que Bernardito hizo sin protestar. Tras una mirada aprobatoria y pasarle la porra por la espalda y las nalgas, le dejó marchar no sin antes amenazarle con no ser tan indulgente la próxima vez porque “te tengo calao, langostino”.

Lejos de verse mitigada su alegría por este desafortunado suceso y tras comprar la mejor baguette y un blíster de beicon Campotibio, Bernardito se dirigió a su hogar con una sonrisa de oreja a oreja. Sorprendería a su querida mujercita con un sonoro “ho ho ho” imitando a papanoel y apuntándole con la barra de pan.
La sorpresa, claro, se la llevó él cuando descubrió que el que apuntaba a su esposa – y no con una barra de pan precisamente – era el vecino del 4º B. Ambos desnudos en el lecho conyugal se apresuraban a desviar la atención y el posible enfado de Bernardito diciendo una y otra vez “esto no es lo que parece”. Los dos a la vez y a grito pelado.

Evidentemente, a estas alturas el posible lector se dirá: “Esto sí que va a truncar el relato. Ahora veremos a un Bernardito Solomillos violento y sediento de venganza”.
Pues no, tampoco esto pudo con la felicidad de nuestro héroe. Se mostró comprensivo y se preguntó si la baguette llegaría para tres bocadillos.

Por supuesto, el pan llegó para un banquete no tan copioso como hubiera podido ser y tal vez con más silencio del deseable para ser una cena entre vecinos, pero el beicon estaba tan bueno que cualquiera se quejaba. El señor del 4º B quiso su bocata con queso. Pues ahí tienes, con queso.

Vieron un partido de fútbol en la televisión. La alegría de Bernardito se contagió a los otros dos comensales porque el Logroñés Balompédico consiguió empatar al Atlético Cañamones cuando faltaban tan solo diez minutos para el final y eso significaba que estaban en puestos de ascenso directo a 8ª Regional C. Todo un éxito. Más vino en las copas y más queso para el vecino, qué demonios, iban ganando y eran tiempos de paz, prosperidad y felicidad.

A un minuto del final del partido, el árbitro Cos de Pucela cometió un error que reflejarían las hemerotecas siglos después: pitó un penalty absolutamente inventado contra el Logroñés Balompédico. Cómo no, el jugador estrella del Cañamones marcó el tanto y a continuación el ya por siempre cuestionado juez de campo indicó mediante dos pitidos cortos y uno largo que el encuentro había finalizado. El Logroñés permanecería en 9ª Regional un año más. E iban ya catorce.

Aquí sí que la paciencia de Bernardito Solomillos cayó en picado dejando un hueco enorme que en un milisegundo ocupó la ira más iracunda e irada que conoció aquella pequeña aldea de las montañas.

Copas rotas, sangre, bofetadas y rodillazos volaron aquí, allá y acullá.

El lado bueno es que en enero no tendría que volver a las clases de francés y tenía la excusa perfecta para no hacerlo: seis años y un día. Por lo menos ya sabía lo que se sentía al tener una buena porra acariciando sus nalgas.

La moraleja de este cuento – me dijo el señor Arnau – es que la felicidad es una cosa muy subjetiva, hijo. Ahora dame todo lo que lleves encima que yo paso nesecidá.

Puto viejo.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Noviembre


Menudo mes de mierda.

No quisiera terminar noviembre sin cagarme en lo más sagrado, así como en la jeta de todos los hijos de puta que me han jodido la existencia durante estos treinta días.

Bien, bilis extraída.

Todo comenzó a principios de mes. En el curro nos enviaron a casa unos días, porque la cosa está mu mala y como tenemos un ERE activado, pues lo pueden hacer alegremente. El trabajo que había lo hizo el gerentillo de la empresa ayudado por la administrativa, su comenabos personal (entendiéndose en ambos sentidos de la palabra, hay pruebas documentales: subidas de sueldo en grave época de crisis y condones en el tercer cajón de su mesa) De todas maneras, esa es otra historia que reflejaré a modo de relato largo o novela corta en cuanto me hayan dado la patada.

La segunda cosa más mala todavía que me sucedió pocos días después fue el robo de mi querido bajo eléctrico (como quince años que anduvo conmigo ensayo arriba, ensayo abajo, un concierto aquí, un fracaso allá) y un sinte que compré de segunda mano hace muy pocos meses. Toda mi música a la mierda. Me queda la guitarra acústica que mi señora hermana me prestó hace tiempo y aun no me ha reclamado.

Como del curro uno no se puede fiar, pues hice lo que tenía que hacer: buscarme la vida.
Me dirigía yo a hacer labores más penosas y sucias aun que las que normalmente ejerzo conduciendo mi coche cuando de repente éste se para, del todo, en medio de la autovía. Chaleco amarillo, triangulitos, grúa, dos días, y un pastizal enorme que he tenido que darle al señor mecánico y que aun no tengo muy claro cómo saldaré con el banco.

Un asco grande. Menos mal que se acaba el mes. Yo le echo la culpa a él, porque creo que yo, en estos casos, no tengo muchísima. Sí, claro, hay un millón de “si no hubiera...” y otro millón de “si hubiese...”, pero me niego a hacerme culpable de ello.

Quisiera añadir que al puto cabrón hijo de cien mil padres que me ha robado los instrumentos le deseo una vida llena de noviembres como el mío concatenados y sin respiro. Y que un día, alguien en el metro le diga que tiene un moco pegado en la frente y todo el vagón se ría de él y se mee encima de la vergüenza, y que al orinarse sienta más vergüenza aun, que lo pase fatal, que se le acelere el corazón y le lata tan fuerte que se le caiga un ojo y un niño de estos de ahora que crecen tanto lo pise con su zapatilla deportiva y que el ladrón se sienta muy triste y desdichado y se le pare el corazón un rato (de la pena que está pasando) y todo quede en un susto pero que el recuerdo le acompañe toda la vida y que se despierte por las noches pensando: “quizá, si no hubiera robado la guitarra aquella rara de las cuerdas gordas ahora no sería tan tan tan desgraciado”




viernes, 23 de noviembre de 2012

Cena de antiguos alumnos


He recibido un e-mail.

Buenas!!!!
De nuevo contacto con vosotros y por lo mismo que la otra vez. Se está organizando otra cena de antiguos alumnos y a mi particularmente me gustaría veros. Es el día 1 de diciembre en el grñlpux (Hytxk). Sé que os aviso con poco tiempo de antelación aunque... nunca es tarde si la cita es buena!!!
Decidme algo en cuanto os sea posible.
Un besazo
Xx


Y he respondido así:


Hola, Xx..
Me será muy difícil acudir a la cena de antiguos alumnos.
Tengo motivos poderosísimos que muy probablemente me impidan acudir al evento.

En primer lugar, he de decir que la vida me ha tratado fatal, dejando graves marcas en mi cara y en mi maltrecho cuerpo. No, no se trata de ningún accidente provocado por componentes químicos chungos como ácido o algo peor; se trata de las huellas que los sinsabores cotidianos han ido marcando en mí, como aquella vez que me pedí una crema de calabacín en un restaurante de Segovia y... puaj, qué asco, aquello no había quien lo deglutiera. Se me quedó la cara así, torcida.

También pesa el hecho de que desplazarme me cuesta un montón. Con mis aproximadamente 250 kilos de carnes, los pocos viajes que hago (rodando) son de la cama a la nevera, ida y vuelta. Se me queda el pijama lleno de pelusas. Además, vivo un poco retirado.

Luego está el hecho comparativo. Mientras que vosotros, sin duda, nadaréis en la abundancia, con casa propia, coche, retoños y un sinfín de fuentes de felicidad, yo tengo una espumadera de plástico que me compré el otro día en un bazar chino. ¿Cómo me voy a presentar así?

Por último, fuentes cercanas me informaron en su momento que la mayoría de vosotros no me recordáis, lo cual es bastante normal y de hecho, me libera del peso de la curiosidad ajena pero a la vez me recuerda que mi época escolar no fue feliz (eso ha enriquecido a un montón de psicólogos y me ha dejado a mí al borde de la pernoctación en cajeros automáticos) y no quisiera yo llegar allí para tener que explicar a todo el mundo quién porras soy y tal. Y es que habrá mucha gente.
Es timidez, soy muy tímido y aunque no enrojezco - por una curiosa incapacidad cutánea - sí que lo paso fatal por dentro, con temblores de rodillas y taquicardias esporádicas.

Muchas gracias por invitarme y te ruego que traslades mis respetos y reconocimiento a todos los compañeros. Yo os tengo muy presentes a todos.

De todas formas, no descarto totalmente presentarme para los cafés. Si estoy un poco borracho y os beso y os abrazo demasiado, decidle al del restaurante quién soy, me temo que ya sabe cómo echarme del local utilizando el siempre efectivo método de la patada en la espalda.

Un abrazo.


Ahora pienso, ¿lo hago? ¿me bebo cuatro o cinco birras y voy a la cena? ¿Me acompaña alguien a quien pueda presentar como “mi amada esposa” o “mi maridito”? No sé. Es tentador.

domingo, 21 de octubre de 2012

La cultura


No me quiero quedar atrás intelectualmente.

Los orcos como yo sólo tenemos dos armas para triunfar socialmente. Una de ellas es la posesión de bienes materiales derivados de la inmoral tenencia de ingentes cantidades de dinero. Pero si eres un orco, esto sólo suele suceder gracias a una herencia familiar abundante.
La otra posibilidad es demostrar tener una cultura algo por encima de la media, y si es muy por encima, mejor.

Como puede intuirse, yo carezco de ambas cosas, pero he decidido emprender la “Operación Palangana”. (El nombre me lo recomendó un vecino que fue policía.... bueno, no fue policía, hizo las pruebas. A ver, hizo una prueba. Es decir, se presentó a un examen, pero como llevaba las uñas de los pies largas no le dejaron entrar. El caso es que no le dejaron entrar porque se le veían las uñas de los pies por ir descalzo... y desnudo. Quizá debería plantearme hacer caso a según qué vecinos)

Perdón, me centro: consiste este proyecto en un auto-adiestramiento intensivo a través de la lectura de los clásicos literarios de todos los tiempos, visitas a los más importantes museos europeos y la audición repetida de las obras sinfónicas y operas más sonadas de la historia.
Ha estado bien eso de las obras sinfónicas y óperas “más sonadas”  ¿eh? ¿a que sí? Qué risa.

En cuanto a museos, he empezado por el que tengo más cerca: “Museo de la Tortura mediante alicates”. Había una performance donde un tipo de color blanco nuclear gritaba y sangraba con mucho realismo. Suerte que lo visité a tiempo, fui un jueves y el viernes ya estaba cerrado con precintos policiales y todo ese rollo.

Musicalmente hablando, todos son grandes artistas, pero yo me decanté, para empezar, por el famoso Bolero de Ravel. De momento no he encontrado la versión original, con letra, sólo una redundante interpretación instrumental en la que se echa muy de menos algún “Me dejaste desvencijado, pobre y viejo, acallado en... etc.”

El terreno en el que más he avanzado, sin duda, ha sido en el literario.
Ya me he leído un libro entero (“Teo en la piscina”) y decidido a ir subiendo el nivel progresivamente, he empezado con uno un poquito más grande: “Rayuela” de Julio Cortázar.

Al principio creí que en la biblioteca se habían equivocado y que me habían prestado un ejemplar que tiene las hojas y las palabras desordenadas. Parece también que hay trozos de otros libros e incluso de algún manual de instrucciones de una batidora o algo. Otro vecino – éste sí que es cultísimo – me sacó de mi error y me dijo que no, que el libro es así.

Vale.

Pues insistiré en ello. Empezaré de nuevo. Porque no quiero que nunca más me digan que no estoy ilustrado y que eso justifique que me tiren piedras o me hagan la zancadilla en las escaleras del videoclub (bajándolas, que duele más).


miércoles, 10 de octubre de 2012

Severa crítica de un anuncio


“El último lugar donde quieres estar solo es en tu casa”

Esa afirmación la podemos escuchar en un anuncio de la tele. Un anuncio de alarmas.

Sí, confieso que a veces veo la televisión. Sé que quedaría mucho mejor y propio de un tipo interesante y bohemio decir que no, que la televisión sólo la uso como soporte de una figurita que representa una bailaora flamenca que compré en Sevilla.
Bueno, quizá eso tampoco daría la mejor imagen de mí mismo.
Pues un toro, con las banderillas clavadas y chorros de sangre que cubren su piel.
Tampoco.
Pues un botijo recuerdo de Orihuela, provincia de Alicante.

En definitiva, veo la tele y cuando hay anuncios aprovecho para hacer toda una serie de actividades que algún día haré públicas, dado el interés que sin duda ello tiene para la humanidad en particular y para mí en general. O al revés.

Para no perderme algún anuncio cuyo contenido pudiera interesarme intelectualmente, como alguno que yo me sé, de ropa interior femenina, dejo el volumen del televisor a toda pastilla (sufro cierta sordera) y eso me permite oír frases como la que encabeza este post.

La sentencia la hace un tipo que me parece a mí que antes (o ahora) hacía (o hace) de presentador de telediarios o algo parecido. No sé. Tú ya sabes a quién me refiero. ¿No? Bueno, vaya. Es igual. La cuestión es que pone una voz extremadamente suave y seria, como si estuviera hablando de algo REALMENTE IMPORTANTE: “El último lugar donde quieres estar solo es en tu casa”.

No, a ver, pavo. Mi casa es el primer lugar donde quiero estar solo; o eso, o con alguien con quien no me incomode estar en bolas. Los demás casos pueden ser más o menos agradables, pero para estar solo es sin duda el mejor sitio.

El último lugar donde quiero estar solo sería uno de estos:

1.- Callejón sin salida a las 4:15 de la mañana. Cubos de basura. Humedad.
2.- Sección de lencería del Corte Inglés.
3.- Polígono industrial Can Parellada (Rubí), a partir de las 10 p.m.
4.- Mansión Playboy.
5.- Discoteca “Pachungo’s” o similar.
6.- En la calle un domingo por la mañana a eso de las 8:45.
7.-   ....................................... (pon aquí tu opción)


sábado, 29 de septiembre de 2012

Abusando de las drogas


Impartamos un poco de justicia.

Estoy harto de oír y leer en todas partes que las drogas son malas. No sé quién fue el lumbreras que se sacó eso de la manga.

Las drogas son esos pequeños bichillos que están sentados en sitios raros: al fondo de un cajón, en una bolsa de plástico dentro de una caja ubicada sobre un armario y acompañadas de peluches (escondidas debajo de los ositos y patos amarillos, abrigaditas con un trozo de papel higiénico envuelto a su vez por un trozo de papel de plata – unas siete vueltas que hacen el bulto un tanto grande - y todo ello protegido con un trapo de inocente aspecto), cogidas con una goma en el interior de una cisterna del retrete o bajo un colchón aplastadas contra el somier.

Ellas están ahí, quietas, pasando la vida más o menos cómodamente, sin meterse con nadie.

Pero entonces llega el que las usa, una y otra vez, el verdadero culpable de la tragedia que puede conducir a cosas tan horribles como robar dinero del monedero de una triste madre que, aun dándose cuenta, no osa afear la conducta a su querido hijo. Normalmente porque piensan que si tanto esfuerzo y dolor les costó parirlo, no va a resultar que el niño es mala persona.

Si yo abuso de mi secretaria, a nadie se le ocurriría decir que la culpable es ella (bueno, quizá a algunos jueces sí). Lo que toda mente cabal acabaría constatando es que el malo soy yo, por abusar.

Las drogas no son malas, no se meten con nadie. Son las víctimas. No abusemos de ellas.

Malo es Alejo (antes Aleix) Vidal Quadras. Prohibámoslo. O mejor, colguémoslo boca abajo, con los pies atados en la barandilla de cualquier puente y zarandeémoslo, a ver si escupe de una vez ese pelo que se le quedó atravesado en la garganta hace ya tiempo y que además de provocarle esa voz tan desagradable, está haciendo estragos en su deficiente cerebro fascista, el cual, sin duda, ya estaba mermado desde el penoso día en que sus ojos vieron la luz por primera vez.

 

martes, 18 de septiembre de 2012

Ausencia justificada: Soterrado


No, a ver, tengo una buena excusa.

Los últimos años de mi vida no he ido a la playa por una sencilla cuestión de pudor: me avergüenza tener pelos en sitios donde no tienen ninguna función práctica y no tenerlos donde por lo menos deberían tener una ocupación decorativa básica.
Dar detalles me parece innecesario.

Bien sea por la edad, bien por la desidia moral y estética que últimamente guía mi camino, la última semana de agosto cogí mi bañador, mi toalla de Mortadelo, gafas, tubo, cubo y pala y me dirigí a una amplia zona de fina arenilla en la costa. Las olas llegaban justo donde tenían que llegar, aunque alguna se aventuraba un poco más que las otras y mojaba los pies de los cadáveres de turistas del norte de Europa que los servicios de limpieza del ayuntamiento pertinente aun no habían recogido y que esperaban, con cara de satisfacción, en la misma orilla. Parecían medusas rellenas de sangría.

Sorteando estos y otros cuerpos en aparente buen estado de conservación, llegué al agua, ataviado con mi gran bañador rojo. Comprobé con la puntita de un dedo del pie derecho que el agua estaba mucho más fría que el aire, lo cual provocó que la piel de mis brazos se llenara de puntitos y que volviera corriendo al lugar donde había dejado la toalla diciendo cosas como: “¡ay, uy, uy, uy, uy!”.

Es por ese motivo que decidí dedicarme a “sacar agua”.

Esta práctica consiste en hacer un agujero en la arena, ayudado por la pala de plástico, con el líquido objetivo de llegar al agua que se ha colado, por capilaridad o por curiosidad, bajo las toneladas de arena que forman la playa.
Lógicamente, cuanto más cerca de la orilla se haga el agujero, antes se encuentra el agua. He hecho un sencillo gráfico para que ustedes lo vean más claro:


En mi caso, decidí hacer el agujero quizá demasiado alejado del lugar más indicado, porque me gusta retarme a mí mismo y porque así tenía mejores vistas de una pareja de francesas depiladas que reían simpáticamente agitando sus cuerpos.

La cosa es que tuve que cavar mucho. Más de dieciocho horas sin descanso. Ya ni oía a las francesas. Llenaba el cubo y con un ingenioso sistema de poleas lo subía y vaciaba el contenido junto a la boca del agujero.

Como no podía ser de otra manera y debido probablemente a la típica agitación de la corteza terrestre, la montaña de arena que se había ido formando al lado del agujero, cayó dentro de éste y por consiguiente sobre mí.

No fue mi espíritu luchador el que me sacó de allí, si no el hambre. Un largo y penoso trabajo de muchos días (incontables a causa de la ausencia de luz). Finalmente, el viernes pasado, conseguí asomar mi hociquillo al exterior. Desde entonces he estado llenando mi estómago de bocadillos mucho más que consistentes y mis pulmones de aire moderadamente limpio.

¡¡Estoy vivo!!


martes, 24 de julio de 2012

Cotilleo nº1: Vida virtuosa


Hoy, pese a que el humo me envuelve, voy a hablar de un caso que le sucedió al amigo de un amigo de un conocido del vecino del marido de Maite, que es prima hermana segunda por parte de consuegro del hermano de la señora que siempre está en la pescadería del supermercado comprando caballa.

Pues resulta que el señor éste, al que llamaremos Sofía, vivía solo con su madre. Era ésta una mujer de conservadora pose y costumbres rancias: misa diaria, ducha semanal y telenovela continua.
Sofía cuidaba de su madre y procuraba no desatender sus necesidades y mucho menos contravenir sus deseos, propósitos y vehementes creencias. Las palabrotas son malas, el alcohol es malo, de sexo mejor ni hablemos, la política es mala, los vecinos son malos, los que ni son vecinos, peores. Los extranjeros son peligrosos y las jóvenes de hoy en día, todas putas.

Solamente los jueves por la tarde se permitía Sofía salir de casa y acercarse al centro comercial, a dar un paseo ligero. Se sentaba en unos bancos que estaban estratégicamente colocados frente a una tienda de periódicos y tabaco. Allí permanecía no menos de cuatro horas viendo pasar a las potenciales y potentes compradoras.
Fácilmente cayó en la trampa y un buen día acabó comprando un paquete de cigarros. A los dos meses, estaba totalmente enganchado y ya los martes mostraba mucha irritabilidad, ansioso porque llegara el jueves de fumeteo. Le resultaba tan agradable combinar el placer de la contemplación de caderas con la sensación del humo invadiendo su garganta, bronquios y cerebro que cada vez le costaba más aguantar la espera.

No se atrevió a plantear a su santa madre la posibilidad de que, quizá, pudiera también salir a dar un paseo los lunes o los martes, pues sabía a ciencia cierta que ella nunca lo consentiría y pese a que Sofía era ya un hombretón de cuarenta y cinco años, no se veía con valor suficiente para llevarle la contraria a la señorona.

Sí que fue capaz de un introducir, casi con sigilo, el tema del tabaco en una de sus cortas conversaciones. Sofía hizo la atrevida afirmación: “Realmente, creo fumar es un arte, mamá.”
La señora contestó que más que un arte, fumar era un vicio propio de canallas, vividores y chusma barriobajera. Añadió que si por ella fuera, a todos esos fumadores compulsivos que están todo el día con el pitillo en la mano les cortaría los brazos y “a ver cómo se apañan entonces”. Para dejar más clara su posición, recordó en voz alta que su marido y a la vez padre de Sofía, jamás encendió un cigarro y siempre siempre siempre echó pestes de los fumadores, a los que igualaba en carencia de virtudes cristianas con los depravados que mostraban sus vergüenzas en los parques públicos.
“Eso sí, tu padre era un santo varón, hijo, un ejemplo de fiel Cristiano Español. Por eso el Señor se lo llevó tan pronto, para poder tenerlo a su diestra.”

Ante todo ello, Sofía decidió que nunca fumaría delante de su madre y que se cuidaría muy mucho de que ella sospechara lo más mínimo.

Entonces llegó un jueves lluvioso.

No había motivo para salir. Pasear por un centro comercial descubierto bajo la lluvia no tenía sentido, pero la ansiedad apremiaba. El paquete de tabaco, en su bolsillo parecía llamarle con su ronca voz.
Antes de que tuviera tiempo para ni tan siquiera empezar a inventar una excusa, la madre de Sofía le extendió un billete de veinte euros y acompañó el gesto sugiriéndole que fuera al cine y de esa manera no perdía “su tarde libre”.

Sofía, encantado, salió de casa con el dinero muy apretado en su mano izquierda mientras con la derecha acariciaba el bolsillo donde le esperaba su paquete de tabaco.

Antes de entrar al cine se fumó uno, medio agazapado en una esquina. La película no la entendió: unos niños antiguos veían un choque de trenes y después un marciano atacaba a la gente. Una vez hubo terminado la sesión, salió a la calle y se fumó otro cigarrito. No eran los seis o siete que solían caer normalmente, pero al menos se le durmió un poco el gusano de la nicotina. Al menos, él creyó que sería suficiente, pero esa misma noche, a las dos de la mañana, permanecía en su cama, ojos abiertos, brazos y piernas inquietas. No haría eso que no debía hacer para conciliar el sueño, porque sabía que podía quedarse ciego. Además, sabía que la causa de su desvelo era la falta de dosis. Qué a gusto se fumaría uno, sólo uno.

Tras dos horas de tensión y, finalmente, tres gayolas, decidió que abriría la ventana y encendería uno, sólo un pitillito. Se fumaría sólo la mitad.

Nunca había fumado tan rápido cuatro cigarros.

Llegó el momento de deshacerse de las pruebas. La ceniza la había ido dejando sobre los restos de una caja vacía de galletas. Los cigarros, bien apagados en la parte inferior exterior del marco de la ventana, todos juntos también sobre el cartón que un día fue recipiente.

Envolvió las cenizas, los cartones y las colillas en un papel y metió todo ello en una bolsa de plástico. Hizo un nudo bien fuerte para que no escapara nada de olor.

Se desplazó silenciosamente por la casa, en la oscuridad de la noche, hasta la cocina. Abrió la puerta del armario donde estaba el cubo de la basura, lo destapó y metió la bolsa con los restos de su vicio todo lo profundo que pudo, abriéndose paso entre los deshechos, casi hasta el fondo.
No llegó abajo del todo porque uno de los obstáculos que sus dedos encontraron le pareció asquerosamente llamativo. Era algo alargado y de textura resbaladiza y pegajosa, como una sepia en plena descomposición.

A veces la curiosidad nos hace hacer cosas tan raras como olvidarnos de lo que estábamos haciendo, abrir la mano y coger otra cosa que nos llama poderosamente la atención.
La tenue luz de la calle permitió ver a Sofía un condón totalmente desenrollado y con abundante contenido. Usado con toda probabilidad la tarde anterior mientras él veía “Super 8”.

Esto, recordemos, le pasó al amigo de un amigo de un conocido del vecino del marido de Maite, que es prima hermana segunda por parte de consuegro del hermano de la señora que siempre está en la pescadería del supermercado comprando caballa.

sábado, 14 de julio de 2012

Gente

En el fondo, tenemos suerte.

Nos pueden putear todo lo que quieran, nos pueden quitar lo que ya no tenemos, pueden atacarnos arrebatándonos derechos, pueden reírse de nosotros, pueden desear que nos jodamos, por pobres, pueden permanecer sentados en sus butacas, en su mundo, ajenos a la vida real, nos pueden recordar que la élite es la élite, y que nosotros somos gusanitos que corretean a sus pies....
.... pueden hacer todo y eso y más, pero siempre nos tendremos los unos a los otros. Nos tenemos. Somos buenos, somos únicos y además, somos los mejores. Y muchos nos queremos, en parejas, en tríos, en grupos pequeños, grandes, a nosotros mismos o al vecino que baja por la mañana a buscar el pan. No debemos olvidarnos de todo eso. Somos más y somos mucho más grandes que toda esa purria que se cree que dirige nuestras vidas, pero no.

Quizá estemos hartos, pero de la misma manera que a ellos no les interesa nuestro mundo, nosotros repudiamos el suyo, sabemos qué es el amor y qué es la vida.

Nunca podrán robarnos los sueños ni los abrazos, porque no saben qué es todo eso.

miércoles, 4 de julio de 2012

Coacción a alto nivel y baja altura


Estoy vigilado, y lo sé.

Por eso escribo desde una ciudad diferente, una ubicación totalmente secreta, reflexionando y midiendo cada una de mis palabras mientras mis ojos se posan en el acueducto. El dueño del restaurante es de fiar, además de ingenuo, inexperto, franco, sincero, crédulo, candoroso e infantil. El cochinillo asado me ha salido veinte euros más caro (los que he tenido que darle para que haga la vista gorda), pero le he hecho jurar que si le preguntan, él no me ha visto jamás.

¿Y por qué mi ubicación ha de ser de repente un secreto? – Se preguntará el ávido lector. ¿Por qué ocultarse? ¿Por qué ocho horas buscando en Google “cómo ocultar la ip”? ¿Por qué tanta majadería leída en el Yahoo Respuestas?

Gracias por tus preguntas, ávido lector, si no fuera por ti, no tendría motivos para explicarme. Allá voy.

La semana pasada, salía yo de mi casa con paso decidido hacia la calcetinería cuando de repente interrumpió mis pasos un prodigio de los petit-suisse. Un tipo que medía un metro... de hombro a hombro. La altura no sabría decirla porque me quedaba lejísimos su colodrillo. Me puso una mano en la espalda y acompañó mi cuerpo hasta un hermoso automóvil negro que allí mismo se encontraba aparcado. Me hizo entrar en él poniendo su mano en mi cocorota y me encontré sentado en el cómodo asiento de un coche oficial.

A mi lado se encontraba un tipo que pasaría desapercibido en cualquier supermercado, un hombre desaborido aunque elegantemente vestido. Al lado de éste, estaba sentado con las patitas colgando un individuo cuya cara no tardé en reconocer:

¿Jordi Pujol? – pregunté.

“President”, si no le importa – respondió.

Le indicó a su asesor que me explicara el asunto. Sé que era su asesor porque lo llamaba así: “Asesor”.

Asesor, hágale cinco céntimos.

Asesor me empezó a explicar que el desajuste económico y las balanzas fiscales a nivel macroeconómico implicaban la necesidad de subyugar ciertas pretensiones neo-colonizadoras a nivel social y que esto, lejos de estimular el crecimiento de los no desamortizados (según la tercera ley económica de Leinster), aplacaba las pretensiones de “unos cuantos” – dicho con desprecio – que no querían más que comer y comer. Por lo tanto, el desaceleramiento progresivo del índice de cohesión monetaria en el ámbito de tolerancia debía ser siempre negativo, de lo contrario nos veríamos todos abocados al DESASTRE.

Tras una pausa durante la cual no dejé de asentir, levanté la cabeza y mirando a Asesor, le dije: “Creo que no lo acabo de entender del todo...”.

Jordi Pujol pareció perder la poca paciencia que debe llevar encima habitualmente y en una voz mucho más alta que él, me indicó que dejara de escribir recetas o el futuro de Europa y con él, el de nuestra pequeña nación (ahí no supe bien a cuál se refería), estaba en peligro.

Debió entender que mi mueca era de incomprensión, asco e incredulidad a partes iguales y añadió:

“¡Como jefe de Estado, le ordeno que deponga su actitud rebelde!”

¿Jefe de Estado? ¿Eso no debería decirlo el presidentillo bizco-barbas que nos gobierna? ¿O por lo menos Esperanza Aguirre, Artur Mas o algún otro descendiente de Napoléon? ¿No son ellos los verdaderos jefes de Estados y/o Estadillos?

Eso pregunté, y entonces Asesor y Pujol empezaron a carcajearse. A carcajadas. Todo carcajadas. Tal cual. Reían a gritos, se miraban, y reían más alto. Asesor se palmeaba los muslos mientras el President se limpiaba las lágrimas con la puntita de los dedos con cuidado de que no se le corriera el rimel.

Ay, si no fuera por estos ratos... – dijo uno de ellos.

Largo. Ya sabe qué es lo que no tiene que hacer – dijo el otro.

El gorila que me metió en el coche, abrió la puerta desde fuera y cogiéndome de la camiseta me arrastró al exterior. Me quedé sentadito en el bordillo, pensando, mientras el coche se alejaba a toda velocidad asustando a viejas y a niños.
He decidido, de momento, no rendirme. Al menos por ahora, hasta que sepa qué está sucediendo. Seguiré informando desde mi guarida recóndita.

miércoles, 20 de junio de 2012

Agradecimientos sinceros


Estoy realmente impresionado por la respuesta obtenida.

He recibido miles de millones y algunos trillones de megazillones de mensajes en mi correo electrónico. Aquí pego unos ejemplos:

“Señor Pérez:
 Desde la asociación de víctimas de la reforma laboral queremos agradecerle su gran aportación de ‘cocina fácil’. En nuestra tesitura actual nos resulta muy útil cualquier idea que supla las carencias (especialmente alimentarias, aunque también de sanidad básica) a las que nos vemos sometidos.
Es usted, sin duda, un ángel injustamente caído que....”

“Felicidades, señor Pérez.
Mi familia toda está muy contenta con la nueva receta que hemos incorporado directamente desde su blog. Mis niños siempre le han hecho ascos al pescado, pero gracias a su portentosa genialidad, ahora no hacen más que pedir más y más pececitos de plata crujientitos.
No tengo palabras para expresar el agradecimiento que mi señora y yo sentimos por usted en estos momentos”

“Oh, luz que ilumina la tenebrosa senda
Bastón del afligido
Báculo del antiguo
Trazador de planes
Visionario de la....”

“A dejado usted las croqetas de mi madre a la altura del vetun
un abrazo”

“Querido amigo:
Acabo de dirigirme al comité de ancianos que dirige la fundación Nobel para proponerle a usted como candidato a recibir un premio por su trabajo. Una mente privilegiada como la suya, que tiene en sus manos acabar de un plumazo con el hambre mundia, debería ser....”

“Hazme tuya, so brutote, me parece que en la cama tienes que ser...”


Nunca pensé que una idea tan sencilla pudiera llegar tan lejos. Gracias a vosotros por aceptarme y por vuestros mensajes de ánimo. Desde la humildad, seguiré intentando hacer un buen trabajo.
 
Gracias, muchas gracias. De verdad lo digo. Con el corazón.

viernes, 15 de junio de 2012

Receta nº 1: Pescaíto frito


Queridas amigas, queridos amigos:

Hoy vamos a llevar a la práctica una fabulosa receta sugerida por nuestra amiga Sincopada el pasado 25 de mayo: pececillos de plata frititos y crujientes.

Los ingredientes:

-          Harina: un puñado de puño estándar. Dos puñados de puño pequeño. Medio puñado de puño tipo “Bud Spencer”.
-          Aceite: El suficiente para no ver el fondo de la sartén.
-          Pececillos de plata: tantos como se quieran comer.
-          Sal.
-          Vuelve a entrar, me refiero a cloruro sódico.

No son ingredientes difíciles de conseguir. Se pueden robar en cualquier supermercado o a familiares cercanos.
Lo más difícil es conseguir que los bichillos se dejen rebozar y freír a unos 175ºC, procesos en los que probablemente pierdan la vida. No debemos confesarles nunca nuestros propósitos.

Debemos ganarnos su confianza. Llamemos su atención amigablemente, que no nos vean como una amenaza.



Aquí es importante tener labia. Conseguir que se desinhiban, que se abran. Pero ... ¡cuidado!, no caigamos en nuestra propia trampa: si usamos alcohol, que sólo beban ellos. Tampoco conviene pasarse, porque entonces estaríamos haciendo “pececillos de plata a la cerveza” y no es nuestro objetivo.


Estos simpáticos animales se dividen en dos tipologías:
1.- Deportistas, amantes del riesgo: a estos les encanta esquiar, ofrezcámosles ir a la nieve.
2.- Viciosos, amantes de emociones fuertes: ofrezcámosles nieve.

En ambos casos, estarán felices al ver un plato lleno de harina. Revolcones. Risas.
En el momento de la decepción, los cogemos por la cola y los depositamos en la sartén (con el aceite bien caliente)
No sintamos compasión, esto es la jungla, hay que sobrevivir.

Después de un corto espacio de tiempo, retirar y depositar sobre un trozo de papel de cocina (siempre gran aliado nuestro) para que éste chupe el aceite sobrante.
Poner en una fuente.
Ingerir.

Sugerencia de presentación:




jueves, 7 de junio de 2012

El punzonador lila

Algunas veces me toca ser el señor que vigila la máquina.

Me gusta ver cómo el enorme ingenio perfora metales a golpes y moviéndose muy rápidamente. Hace un ruido (punch punch punch) que varía su intensidad, tono y volumen dependiendo del grosor y naturaleza del material a perforar, así como del tamaño e incluso forma de los taladros ejecutados.
Cuando estás un ratito, no está mal, piensas en los mecanismos, en la información electrónica, en la traducción de ésta a movimientos y todo eso.

Si el trabajo se alarga por horas, la cosa se puede complicar. Me veo a mí mismo, dándole toques con una varilla a las piezas que se quedan bloqueadas. Comprendo entonces que formo parte de la máquina, que me ha abrazado y me ha abducido.
Es una historia de amor bastante común. Ella me quiere, me necesita y no quiere que la abandone. Yo sé que sin mí se podría convertir en un amasijo de hierros retorcidos y humeantes. Claro, me sabe mal.

Un método de evasión utilizado a lo largo de los tiempos ha sido el canturreo. Tenemos, pues, un señor triste dando toquecitos (más de los necesarios) a piezas metálicas, susurrando musiquitas que se inventa sobre la marcha.

Célebre es uno de los hits compuestos en una sesión de punzonado. Hablo, por supuesto del éxito-pop “Te voy a parir”. Su estribillo dice así:

Te voy a parir
Te voy a parir
Te voy a parir

No creo que a nadie le extrañe que después de unas cuantas horas con el punch-punch en la cabeza, cualquier ser humano con corazón decida que sería muy sensato intentar poner el cráneo bajo el cabezal perforador para lucir un bonito agujero de 21,5 milímetros de diámetro en la frente. A veces me saco del bolsillo un recorte de periódico que explica que peces gordos viven a sus anchas (por eso de ser gordos) después de robar millones y millones. Y mientras, yo aquí haciendo el panoli con la maquinita, el estruendo mecánico y mis musiquitas rebotando en mis sesos.

Se puede uno volver loco.

Después de un rato, suelo mirar alrededor, reírme a gritos con las venas del cuello hinchadas, gritar  palabras soeces que escandalizarían a cualquier señorita de buenos modales, llorar un poco apoyado en una columna y luego sigo mirando cómo la punzonadora sigue su trabajo (punch punch punch) Sonrío y me apiado de ella, que al fin y al cabo no tiene media hora para el bocadillo.



domingo, 3 de junio de 2012

Presunto jamón


En los aeropuertos, siempre procuro ponerme las gafas de sol.

Es un intento de adoptar una actitud de: “Pobres turistas mortales, todo esto para vosotros es una aventura, yo cojo más el avión que el metro… palurdos, pueblerinos, mentecatos, espantamoscas, abrazafarolas, sacacorchos”.
Todo esto lo pienso mientras avanzo sujetando fuertemente el DINA4 de embarque (esto ya ni es tarjeta ni es nada) y palpándome continuamente el DNI en el bolsillo. Cuando llego al control de rayos X, suelo sudar de manera abundante y visible, por los nervios. Tanto que aun habiendo hecho sonar el pipipipipipi de la puerta mágica, los encargados de los supuestos cacheos evitan ponerme una mano encima, por lo resbaladizo de mi atuendo y de mí mismo. Antes que acercarse a mí, prefieren que me saque los zapatos, los guantes, las diversas capas de camisetas y hasta el empaste para descartar que sea un peligroso terrorista. Lo dejo todo hecho una piscinita. Luego a algunos les hacen descalzarse, también. Chop chop chop. Chapoteos.

No soy un terrorista, agente, lo juro. No hasta que alguien no forme algún comando tipo “Acción Mutante”. Entonces sí, entonces ya hablaremos. ¿Que qué digo? Nada. Perdón. Son las voces. No, ¿voz? ninguna. Estoy bien, ya paro. No me toque con ese palo. Ya circulo, ya. No me he quitado los pantalones, es que sin cinturón se me caen.

Ahí tropiezo con los vaqueros, me caigo, me lamento y sigo mi camino.

Mi no demasiado bien fingida actitud de seguridad se desvanece totalmente cuando empieza el trabajo difícil: encontrar una pantalla donde ver la lista de vuelos con su puerta correspondiente y, habiendo conseguido llegar hasta ese extremo punto de “conocimiento”, encontrar la puerta de embarque indicada. ¡Tantas veces he acabado preguntando a guapas cajeras de los dutti free, llorando, abrazándome a ellas mientras les aseguraba que si perdía ese avión todo mi mundo podría venirse abajo y mi abundante fortuna desvanecerse! Suelo fastidiar la cosa cuando acaban viendo que mi vuelo es de Ryanair.

Al final siempre se encuentra la puerta. Y se hace cola. Y al final siempre hay niños que gritan y juegan, y padres que les gritan en lugar de darles el collejón adecuado.  Yo sigo convertido en estrella del rock que está de vuelta de todo, aun con el pulso temblando a la hora de enseñar el carnet de identidad. No tiene chip, se cayó. No sé si pasa normalmente, pero a mí sí. Tengo miedo, claro: ¿y si ponen pegas? ¿y si la ausencia de chip, sumada a la foto donde no me parezco a mí mismo les hace dudar y me impiden subir al avión? Tartamudeo ligeramente mientras enseño el carnet y chorros de sudor vuelven a cubrir mi cara, mi cuello, mis hombros y se canalizan todos hasta el ombligo, llenándolo, desbordándolo y convirtiéndolo en una bonita fuente oculta bajo la ropa.

En el finger (perdonad la terminología técnica, pero los ávidos viajeros somos así) empiezo a volver a ser el humano que realmente se esconde bajo esta cara de hombre viajado. Ese proceso se ve completado cuando me siento y relajo la barriga momentos antes de comprimirla bajo el cinturón de seguridad. Abro el libro, saco la bolsa de gominolas y empiezo a devorarlos a ambos.

domingo, 27 de mayo de 2012

Poesía culinaria


Bien, pues, por fin, después de mucho divagar, voy a empezar con lo que hace tiempo debería haber empezado.

Efectivamente, después de muchos días, por fin este blog de cocina fácil para todos los públicos empieza a funcionar como tal. Sé que muchos de vosotros lo estabais esperando como agua de grifo.

Puedo ver en la sala miradas de sorpresa, alguna de atención desmedida, tres de asco y al señor del fondo no le veo la mirada, porque está dormidito. Bajaré la voz. Míralo, qué mono.

¿Por qué un blog de cocina? – Seguro que te estás preguntando, tú, el de la tercera fila. Sí, tú, no pongas cara de tonto. Ah, que no la estás poniendo. Ya. En cualquier caso te preguntas que por qué un blog de cocina, ¿no?... ¿no?, pues hubiera sido una buena pregunta, ¿cuál es tu nombre?... entiendo.
Perdone, señor presidente.

Hay muchos blogs de cocina, pero no nos engañemos, son todos una birria. Yo me presento como la nueva esperanza, el que os abrirá los ojos, la panacea, la rehostia caramelizada, el no va más, la guinda del pastel, la Luz que iluminará vuestro camino. Todo eso. Y gratis. Seguro que al final hay truco. No lo sé.

La cocina es ese sitio en el que entran patatas, huevos y cebollas y, como por arte de magia, salen tortillas. Aquí voy a mostrar aquellos pequeños trucos que convertirán vuestros guisos en poesía. Pura poesía.
Y no es que entienda de poesía, bueno, ni de cocina, pero de poesía menos. Aun así, me considero un digno heredero de Antonio Machado, Rafael Alberti o Moncho Borrajo.
He aquí un ejemplo:

Me pierdo en tu piel.
me pierdo en tu hendidura
Hay que ver Maribel
cómo me pone la verdura.

Sí. Poesía-pop-vegetariana. No es mi especialidad, pero he de confesar que no se me da nada mal.

Vaya, parece que se ha hecho tarde. Hoy no hay tiempo de poner receta. Pues otro día. No pasa nada. Lo que sí voy a poner es una canción. Musical. Pop. 


domingo, 20 de mayo de 2012

Compañeros de piso


Alquilé mi semi-sótano totalmente engañado.
Pensaba que era para mi uso y disfrute exclusivo, sin miradas ajenas, sin estar condicionado a la hora de cambiar de canal. Pensaba que podría deambular dando diferentes, desacostumbrados y divertidos usos a la ropa interior sin temer miradas de desaprobación y/o repelencia. Creía, tontísimo de mí, que iba a poder disfrutar de mi soledad, que podría hacer la guitarra aérea sin antes tener que comprobar que nadie me viera, que podría hacer gestos obscenos mientras hablara por teléfono, que nada me impediría insultar a los presentadores de televisión sin llegar a sentirme un enfermo, que no habría ningún problema en susurrar soeces a las protagonistas de los anuncios de la tele a las cuatro de la madrugada...
Qué equivocado estaba, y cómo me engañaron los de la agencia.

No estoy solo. Comparto espacio (especialmente la cocina) con un número indefinido de pececillos de plata que no se dejan ver demasiado, excepto cuando menos me lo espero, como aquella mañana que me encontré con uno de ellos en la puerta del armario donde guardo el papel de aluminio y las tenazas para torturar.
Me miró fijamente a los ojos y juro que oí cómo me preguntó: “¿Dónde guardas el escanciador?”
Abrí otra puerta, sin dejar de mirarle, cogí un trozo de papel de cocina (sin usar) y chafé al asqueroso bicho.

He dado muerte a varios de ellos, pero por suerte sus costumbres sociales y su ética no se basan en los mismos valores que los nuestros. Si muere uno, ponen tres mil huevos más. Así son, les gusta procrear y yo sólo les doy motivos para ello.

Los hay de todos los tamaños: tan pequeños que cuesta verlos o tan grandes que me veo obligado a tratarles de “usted” para que no se molesten.
Son como los Diminutos, que nadie sabe dónde están. Sólo me temo que no sean pequeños seres bondadosos, si no que tengan un plan para hacerse con el control de mi hogar, dulce hogar.


viernes, 18 de mayo de 2012

Celebration

¡Menudo fiestón!

Cuando ya estaba decidido a tirar a la basura todos los canapés, beberme el lambrusco y darme una ducha de piña, una silueta se dibujó en la puerta.

Los ojos de mi joven vecina son azules o verdes. No lo sé muy bien. Siempre que me dispongo a mirárselos (los ojos), una gran timidez se apodera de mí, elevando la temperatura de mi cara y habiendo yo de usar mis manos para tapármela por si enrojece (la cara)
Como esto me sucede generalmente subiendo o bajando las escaleras, el privarme de visión me ha provocado unos cuantos disgustos que han acabado en la mayoría de las ocasiones en el hospital: collarín, tiritas, betadine.
Es joven, atractiva a rabiar, elegante y pizpireta. Es poseedora de unas piernas totalmente funcionales. Las dos. Es una mujer de bandera, soltera y es también la protagonista de mis ensueños. Tiene un cuerpo para pecar hasta la deshidratación más preocupante, un Seat Ibiza rojo y una abuela rolliza.

La silueta era de ésta, su abuela.

Trajo rosquillas. Algo duras. Las hizo en semana santa, pero no les había podido dar salida y le pareció una buena ocasión para endilgárselas a alguien. Yo, entre que no sé decir que no y que hace muchísimo que no me como una rosca, hinqué el diente a una, me lo rompí y decidí intentar acabar con ella a lametazos. Hoy tengo la lengua rasposa y dulce.

Empezó su verborrea: que se alegraba mucho de verme y que se sentía muy sola desde que hace más de veinte años murió su marido, que ojalá encontrara un buen mozo (no mayor de cincuenta y cinco) con gusto por lo moral, que supiera coser y que no hubiera perdido la alegría de vivir porque lo que es ella, ya no sabe qué hace en este mundo ahora que los hijos van a la suya y los nietos son todos unos vivales.
Empezaba yo a interesarme por ese último punto, escuchándola atentamente mientras escurría el contenido de la segunda botella de vino barato, cuando se silenció repentinamente y sus ojos se abrieron descomedidamente. Durante unos segundos me quedé observándola, divertido por lo tajante de la interrupción de sus palabras y espantado por contemplar la posibilidad de que los globos oculares se desprendieran de su cabeza.

En este momento recordé la frase aquella del dedo, el cielo, el necio y otras chicas del montón, o algo así y tracé una línea imaginaria que partía de las pupilas de la señora (teniendo en cuenta el ángulo que éstas formaban con su rostro) y terminaba en un punto concreto del suelo.

Allí, contentos, moviendo sus antenitas, jugaban no menos de quince pececillos de plata (o lepisma saccharina) Estaban sin duda felices por tener visita y excitados ante la posibilidad de que otra rosquilla cayera al suelo, pues para evitar destrozar mi estómago además de mi lengua, me vi obligado a deshacerme de la anterior ejecutando un lanzamiento parabólico (de ecuación aproximada: y=23,5x2 + 56,42x + 6,19) y sin duda dieron buena cuenta de ella.

Emití una risita trisilábica y la señora se largó argumentando que tenía que planchar unas croquetas. Por suerte ya no estaba solo, el lambrusco se había terminado y nadie había probado las tostadas con ketchup: ¡todas mías!

martes, 15 de mayo de 2012

Inauguración

¿Por qué no viene nadie?

Hace una hora que inauguré el blog y aun no he recibido una visita. ¿Dónde están mis amigos?

Me he pasado todo el día de ayer y toda la noche de ayer y de hoy, así como el día de hoy y parte de la noche de mañana, la noche de anteayer y el mediodía del día anterior preparándolo todo. Estoy desconcertado, las ojeras me llegan a la papada y no me sitúo bien en el espacio. Además, creo que me he quedado dormido mientras miccionaba. Como no me oriento bien, no sé exactamente dónde se dio tan lamentable suceso, en cuanto me tropiece con ello, lo limpiaré... si encuentro la fregona.

Me he puesto la ropa más elegante que tengo, he aplastado con agua y presión dactilar los rebeldes pelos del bigote y he ensayado mi mejor (y creo que única) sonrisa. No puedo abusar de ello: al subir los labios forzando la mueca simpática, se me cierran los ojos y me empiezo a oír roncando.

Hay zumo de piña, lambrusco del Lidl, tostaditas de pan integral untadas con cuarenta y tres tipos diferentes de paté y para el que no le gusten esas cochinadas, he untado algunas con ketchup.

Empiezo a no estar seguro de lo que estoy haciendo. Ser exhibicionista está bien para planearlo, pero ponerse al tema es mucho más difícil. En mi fuero interno espero que nadie venga, ni me lea, ni me dirija la palabra.