Menudo mes de mierda.
No quisiera terminar noviembre sin cagarme en lo más
sagrado, así como en la jeta de todos los hijos de puta que me han jodido la
existencia durante estos treinta días.
Bien, bilis extraída.
Todo comenzó a principios de mes. En el curro nos enviaron
a casa unos días, porque la cosa está mu mala y como tenemos un ERE activado,
pues lo pueden hacer alegremente. El trabajo que había lo hizo el gerentillo de
la empresa ayudado por la administrativa, su comenabos personal (entendiéndose en
ambos sentidos de la palabra, hay pruebas documentales: subidas de sueldo en
grave época de crisis y condones en el tercer cajón de su mesa) De todas
maneras, esa es otra historia que reflejaré a modo de relato largo o novela
corta en cuanto me hayan dado la patada.
La segunda cosa más mala todavía que me sucedió pocos días
después fue el robo de mi querido bajo eléctrico (como quince años que anduvo
conmigo ensayo arriba, ensayo abajo, un concierto aquí, un fracaso allá) y un
sinte que compré de segunda mano hace muy pocos meses. Toda mi música a la
mierda. Me queda la guitarra acústica que mi señora hermana me prestó hace
tiempo y aun no me ha reclamado.
Como del curro uno no se puede fiar, pues hice lo que
tenía que hacer: buscarme la vida.
Me dirigía yo a hacer labores más penosas y sucias aun que
las que normalmente ejerzo conduciendo mi coche cuando de repente éste se para,
del todo, en medio de la autovía. Chaleco amarillo, triangulitos, grúa, dos
días, y un pastizal enorme que he tenido que darle al señor mecánico y que aun
no tengo muy claro cómo saldaré con el banco.
Un asco grande. Menos mal que se acaba el mes. Yo le echo
la culpa a él, porque creo que yo, en estos casos, no tengo muchísima. Sí,
claro, hay un millón de “si no hubiera...” y otro millón de “si hubiese...”,
pero me niego a hacerme culpable de ello.
Quisiera añadir que al puto cabrón hijo de cien mil padres
que me ha robado los instrumentos le deseo una vida llena de noviembres como el
mío concatenados y sin respiro. Y que un día, alguien en el metro le diga que
tiene un moco pegado en la frente y todo el vagón se ría de él y se mee encima
de la vergüenza, y que al orinarse sienta más vergüenza aun, que lo pase fatal,
que se le acelere el corazón y le lata tan fuerte que se le caiga un ojo y un
niño de estos de ahora que crecen tanto lo pise con su zapatilla deportiva y
que el ladrón se sienta muy triste y desdichado y se le pare el corazón un rato
(de la pena que está pasando) y todo quede en un susto pero que el recuerdo le
acompañe toda la vida y que se despierte por las noches pensando: “quizá, si no
hubiera robado la guitarra aquella rara de las cuerdas gordas ahora no sería
tan tan tan desgraciado”