lunes, 31 de diciembre de 2012

Relleno

No pasa nada.

No es que tenga mucho que decir, pero tenía que hacer esta entrada para poder cumplir con las dos mensuales que llevo haciendo últimamente. Como me comunican que es fin de mes ya, pues aquí lo dejo.

Lo cierto es que sí tengo cosas que decir, sobre todo cosas que me indignan, me enfadan y me ponen un poco nervioso, pero no me acuerdo de nada ahora mismo y encima tengo sueño.

...

Perdón por la pausa. Me han llamado por teléfono y me han dicho que estamos a día treinta y uno del mes de diciembre y que eso significa que hoy se acaba el año. Eso, por lo visto, nos lleva a comportarnos de manera diferente desde más o menos esta hora en la que estoy escribiendo. Mañana, si todo es como de costumbre, será un día aburrido y pasado mañana muchos irán a trabajar y muchos otros no. Realmente no pasa nada.

Podría hacer listas: Lista de cosas del año dos mil doce (buenas, malas y curiosas), lista de posibles cambios de actitud a partir de mañana (empezar a fumar, dejar de fumar, fumar menos, apuntarse al gimnasio, ir más al gimnasio, hablar más con la gente, ligarse a la pescatera, etc...). A mí me gusta hacer listas, me gusta mucho, pero no tengo datos suficientes para que 
hubiera más de un par de puntos en cada listado.

Pues ya está. Creo que lo dejo aquí. Muchas gracias por leerlo.
Bueno, eso sí es un tema: lo mucho que me emociona que alguien lea estas cosas. Es que es muy fuerte. Yo leo otros blogs y me parecen interesantes, divertidos o incluso pegadizos, luego releeo lo que yo pongo y me da como pena propia.

Gracias, gracias, gracias, gracias. A sus pies. Hostias, qué peste. A sus rodillas.

Buenas noches.








miércoles, 19 de diciembre de 2012

Esto ocurrió de verdad muy cerca de Navidad!


El título de esta entrada está plagiado del de una historieta de Mortadelo y Filemón.

Me pareció de una calidad y belleza poéticas inigualables.
No obstante, como el gran Francisco Ibáñez se disculpa en un margen del tebeo por haber hecho esa rima, yo voy a hacer lo mismo que el maestro.

Disculpas

Esto es una historia que sucedió hace muchos muchos años en una tierra muy muy muy lejana. Me la contó un señor muy muy muy muy anciano del Tíbet. O eso decía él. Se llamaba Arnau, tenía acento de Sabadell y los ojos rasgados. Yo no tuve coraje para cuestionarle su procedencia, si algo respeto es a la gente mayor. Quizá no a todos, pero sí a la gente mayor calva. Bueno, tampoco a todos los viejos calvos, pero a éste sí, porque me veía reflejado en él. Por lo de calvo y vejete, ya que es casi seguro que con el tiempo me convertiré por lo menos en una de esas dos cosas.

Bernardito Solomillos salió una hora antes de su clase semanal de lengua francesa. No le gustaba mucho el curso porque él se apuntó pensando que sería otra cosa y que en clase habría muchas rusas, pero aun así acudía puntualmente porque no tenía ninguna excusa real en la que escudarse para dejarlo. Abandonó el centro de estudios muy feliz porque ya no tendría que volver hasta enero y eso le llenaba de dicha.

Entró en el supermercado para comprarse beicon y pan, con el obvio objetivo de celebrar su libertad haciéndose un bocadillo.
Al cruzar por la puerta de entrada sonó la alarma. Él, muy contrariado, se echó las manos a los bolsillos, con gran sentimiento de culpabilidad, aun sin haber podido robar nada ya que estaba entrando y no saliendo. Así se lo dijo al guarda de seguridad, pero éste no reparó en hacerle pasar a un cuarto lleno de paredes y vacío de ventanas. Le conminó a que se quitara la ropa, cosa que Bernardito hizo sin protestar. Tras una mirada aprobatoria y pasarle la porra por la espalda y las nalgas, le dejó marchar no sin antes amenazarle con no ser tan indulgente la próxima vez porque “te tengo calao, langostino”.

Lejos de verse mitigada su alegría por este desafortunado suceso y tras comprar la mejor baguette y un blíster de beicon Campotibio, Bernardito se dirigió a su hogar con una sonrisa de oreja a oreja. Sorprendería a su querida mujercita con un sonoro “ho ho ho” imitando a papanoel y apuntándole con la barra de pan.
La sorpresa, claro, se la llevó él cuando descubrió que el que apuntaba a su esposa – y no con una barra de pan precisamente – era el vecino del 4º B. Ambos desnudos en el lecho conyugal se apresuraban a desviar la atención y el posible enfado de Bernardito diciendo una y otra vez “esto no es lo que parece”. Los dos a la vez y a grito pelado.

Evidentemente, a estas alturas el posible lector se dirá: “Esto sí que va a truncar el relato. Ahora veremos a un Bernardito Solomillos violento y sediento de venganza”.
Pues no, tampoco esto pudo con la felicidad de nuestro héroe. Se mostró comprensivo y se preguntó si la baguette llegaría para tres bocadillos.

Por supuesto, el pan llegó para un banquete no tan copioso como hubiera podido ser y tal vez con más silencio del deseable para ser una cena entre vecinos, pero el beicon estaba tan bueno que cualquiera se quejaba. El señor del 4º B quiso su bocata con queso. Pues ahí tienes, con queso.

Vieron un partido de fútbol en la televisión. La alegría de Bernardito se contagió a los otros dos comensales porque el Logroñés Balompédico consiguió empatar al Atlético Cañamones cuando faltaban tan solo diez minutos para el final y eso significaba que estaban en puestos de ascenso directo a 8ª Regional C. Todo un éxito. Más vino en las copas y más queso para el vecino, qué demonios, iban ganando y eran tiempos de paz, prosperidad y felicidad.

A un minuto del final del partido, el árbitro Cos de Pucela cometió un error que reflejarían las hemerotecas siglos después: pitó un penalty absolutamente inventado contra el Logroñés Balompédico. Cómo no, el jugador estrella del Cañamones marcó el tanto y a continuación el ya por siempre cuestionado juez de campo indicó mediante dos pitidos cortos y uno largo que el encuentro había finalizado. El Logroñés permanecería en 9ª Regional un año más. E iban ya catorce.

Aquí sí que la paciencia de Bernardito Solomillos cayó en picado dejando un hueco enorme que en un milisegundo ocupó la ira más iracunda e irada que conoció aquella pequeña aldea de las montañas.

Copas rotas, sangre, bofetadas y rodillazos volaron aquí, allá y acullá.

El lado bueno es que en enero no tendría que volver a las clases de francés y tenía la excusa perfecta para no hacerlo: seis años y un día. Por lo menos ya sabía lo que se sentía al tener una buena porra acariciando sus nalgas.

La moraleja de este cuento – me dijo el señor Arnau – es que la felicidad es una cosa muy subjetiva, hijo. Ahora dame todo lo que lleves encima que yo paso nesecidá.

Puto viejo.