miércoles, 4 de julio de 2012

Coacción a alto nivel y baja altura


Estoy vigilado, y lo sé.

Por eso escribo desde una ciudad diferente, una ubicación totalmente secreta, reflexionando y midiendo cada una de mis palabras mientras mis ojos se posan en el acueducto. El dueño del restaurante es de fiar, además de ingenuo, inexperto, franco, sincero, crédulo, candoroso e infantil. El cochinillo asado me ha salido veinte euros más caro (los que he tenido que darle para que haga la vista gorda), pero le he hecho jurar que si le preguntan, él no me ha visto jamás.

¿Y por qué mi ubicación ha de ser de repente un secreto? – Se preguntará el ávido lector. ¿Por qué ocultarse? ¿Por qué ocho horas buscando en Google “cómo ocultar la ip”? ¿Por qué tanta majadería leída en el Yahoo Respuestas?

Gracias por tus preguntas, ávido lector, si no fuera por ti, no tendría motivos para explicarme. Allá voy.

La semana pasada, salía yo de mi casa con paso decidido hacia la calcetinería cuando de repente interrumpió mis pasos un prodigio de los petit-suisse. Un tipo que medía un metro... de hombro a hombro. La altura no sabría decirla porque me quedaba lejísimos su colodrillo. Me puso una mano en la espalda y acompañó mi cuerpo hasta un hermoso automóvil negro que allí mismo se encontraba aparcado. Me hizo entrar en él poniendo su mano en mi cocorota y me encontré sentado en el cómodo asiento de un coche oficial.

A mi lado se encontraba un tipo que pasaría desapercibido en cualquier supermercado, un hombre desaborido aunque elegantemente vestido. Al lado de éste, estaba sentado con las patitas colgando un individuo cuya cara no tardé en reconocer:

¿Jordi Pujol? – pregunté.

“President”, si no le importa – respondió.

Le indicó a su asesor que me explicara el asunto. Sé que era su asesor porque lo llamaba así: “Asesor”.

Asesor, hágale cinco céntimos.

Asesor me empezó a explicar que el desajuste económico y las balanzas fiscales a nivel macroeconómico implicaban la necesidad de subyugar ciertas pretensiones neo-colonizadoras a nivel social y que esto, lejos de estimular el crecimiento de los no desamortizados (según la tercera ley económica de Leinster), aplacaba las pretensiones de “unos cuantos” – dicho con desprecio – que no querían más que comer y comer. Por lo tanto, el desaceleramiento progresivo del índice de cohesión monetaria en el ámbito de tolerancia debía ser siempre negativo, de lo contrario nos veríamos todos abocados al DESASTRE.

Tras una pausa durante la cual no dejé de asentir, levanté la cabeza y mirando a Asesor, le dije: “Creo que no lo acabo de entender del todo...”.

Jordi Pujol pareció perder la poca paciencia que debe llevar encima habitualmente y en una voz mucho más alta que él, me indicó que dejara de escribir recetas o el futuro de Europa y con él, el de nuestra pequeña nación (ahí no supe bien a cuál se refería), estaba en peligro.

Debió entender que mi mueca era de incomprensión, asco e incredulidad a partes iguales y añadió:

“¡Como jefe de Estado, le ordeno que deponga su actitud rebelde!”

¿Jefe de Estado? ¿Eso no debería decirlo el presidentillo bizco-barbas que nos gobierna? ¿O por lo menos Esperanza Aguirre, Artur Mas o algún otro descendiente de Napoléon? ¿No son ellos los verdaderos jefes de Estados y/o Estadillos?

Eso pregunté, y entonces Asesor y Pujol empezaron a carcajearse. A carcajadas. Todo carcajadas. Tal cual. Reían a gritos, se miraban, y reían más alto. Asesor se palmeaba los muslos mientras el President se limpiaba las lágrimas con la puntita de los dedos con cuidado de que no se le corriera el rimel.

Ay, si no fuera por estos ratos... – dijo uno de ellos.

Largo. Ya sabe qué es lo que no tiene que hacer – dijo el otro.

El gorila que me metió en el coche, abrió la puerta desde fuera y cogiéndome de la camiseta me arrastró al exterior. Me quedé sentadito en el bordillo, pensando, mientras el coche se alejaba a toda velocidad asustando a viejas y a niños.
He decidido, de momento, no rendirme. Al menos por ahora, hasta que sepa qué está sucediendo. Seguiré informando desde mi guarida recóndita.

4 comentarios:

  1. Estas cosas o ocurren en sueños o en películas.
    La parte más real, la del mesón Cándido, ahí sí qué mola...
    Pero todos sabemos cómo nos vigilan y eso es inquebrantable, no hay duda.
    Sigue con tus recetas, aunque sea desde el retrete.
    Jordi P, me suena? Más me suena el jedi aquel...
    Deica d:D´

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  2. Bien dicho, Sr.Pérez, no hay que rendirse. De todas formas si un coche negro viene a por mí ahora sé que el motivo es mi receta del pollo con sangría. Los Hombres de Negro nos vigilan. Saludos. Borgo.

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  3. BD... ¡Mierda! ¿Cómo has sabido lo de Cándido? Ahora tendré que buscar otro escondite. Maldición.
    No te fíes mucho, a veces la realidad supera a la ficción, y si no me hubiera pasado a mí, seguro que le habría pasado a alguien. Que... ¡menudo es el poder!

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  4. Borgo, sí, me mantengo firme.
    Si los pavos esos de negro fueran a por ti, no estaría claro si sería por el pollo a la sangría o por agitador social y asaltador a mano armada (de pincel).
    Guardémonos de la ira de los altos estamentos. Amén.

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