viernes, 18 de mayo de 2012

Celebration

¡Menudo fiestón!

Cuando ya estaba decidido a tirar a la basura todos los canapés, beberme el lambrusco y darme una ducha de piña, una silueta se dibujó en la puerta.

Los ojos de mi joven vecina son azules o verdes. No lo sé muy bien. Siempre que me dispongo a mirárselos (los ojos), una gran timidez se apodera de mí, elevando la temperatura de mi cara y habiendo yo de usar mis manos para tapármela por si enrojece (la cara)
Como esto me sucede generalmente subiendo o bajando las escaleras, el privarme de visión me ha provocado unos cuantos disgustos que han acabado en la mayoría de las ocasiones en el hospital: collarín, tiritas, betadine.
Es joven, atractiva a rabiar, elegante y pizpireta. Es poseedora de unas piernas totalmente funcionales. Las dos. Es una mujer de bandera, soltera y es también la protagonista de mis ensueños. Tiene un cuerpo para pecar hasta la deshidratación más preocupante, un Seat Ibiza rojo y una abuela rolliza.

La silueta era de ésta, su abuela.

Trajo rosquillas. Algo duras. Las hizo en semana santa, pero no les había podido dar salida y le pareció una buena ocasión para endilgárselas a alguien. Yo, entre que no sé decir que no y que hace muchísimo que no me como una rosca, hinqué el diente a una, me lo rompí y decidí intentar acabar con ella a lametazos. Hoy tengo la lengua rasposa y dulce.

Empezó su verborrea: que se alegraba mucho de verme y que se sentía muy sola desde que hace más de veinte años murió su marido, que ojalá encontrara un buen mozo (no mayor de cincuenta y cinco) con gusto por lo moral, que supiera coser y que no hubiera perdido la alegría de vivir porque lo que es ella, ya no sabe qué hace en este mundo ahora que los hijos van a la suya y los nietos son todos unos vivales.
Empezaba yo a interesarme por ese último punto, escuchándola atentamente mientras escurría el contenido de la segunda botella de vino barato, cuando se silenció repentinamente y sus ojos se abrieron descomedidamente. Durante unos segundos me quedé observándola, divertido por lo tajante de la interrupción de sus palabras y espantado por contemplar la posibilidad de que los globos oculares se desprendieran de su cabeza.

En este momento recordé la frase aquella del dedo, el cielo, el necio y otras chicas del montón, o algo así y tracé una línea imaginaria que partía de las pupilas de la señora (teniendo en cuenta el ángulo que éstas formaban con su rostro) y terminaba en un punto concreto del suelo.

Allí, contentos, moviendo sus antenitas, jugaban no menos de quince pececillos de plata (o lepisma saccharina) Estaban sin duda felices por tener visita y excitados ante la posibilidad de que otra rosquilla cayera al suelo, pues para evitar destrozar mi estómago además de mi lengua, me vi obligado a deshacerme de la anterior ejecutando un lanzamiento parabólico (de ecuación aproximada: y=23,5x2 + 56,42x + 6,19) y sin duda dieron buena cuenta de ella.

Emití una risita trisilábica y la señora se largó argumentando que tenía que planchar unas croquetas. Por suerte ya no estaba solo, el lambrusco se había terminado y nadie había probado las tostadas con ketchup: ¡todas mías!

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