No me quiero quedar atrás
intelectualmente.
Los orcos como yo sólo
tenemos dos armas para triunfar socialmente. Una de ellas es la posesión de
bienes materiales derivados de la inmoral tenencia de ingentes cantidades de
dinero. Pero si eres un orco, esto sólo suele suceder gracias a una herencia
familiar abundante.
La otra posibilidad es
demostrar tener una cultura algo por encima de la media, y si es muy por
encima, mejor.
Como puede intuirse, yo
carezco de ambas cosas, pero he decidido emprender la “Operación Palangana”. (El
nombre me lo recomendó un vecino que fue policía.... bueno, no fue policía,
hizo las pruebas. A ver, hizo una prueba. Es decir, se presentó a un examen,
pero como llevaba las uñas de los pies largas no le dejaron entrar. El caso es que
no le dejaron entrar porque se le veían las uñas de los pies por ir descalzo...
y desnudo. Quizá debería plantearme hacer caso a según qué vecinos)
Perdón, me centro: consiste
este proyecto en un auto-adiestramiento intensivo a través de la lectura de los
clásicos literarios de todos los tiempos, visitas a los más importantes museos
europeos y la audición repetida de las obras sinfónicas y operas más sonadas de
la historia.
Ha estado bien eso de las
obras sinfónicas y óperas “más sonadas”
¿eh? ¿a que sí? Qué risa.
En cuanto a museos, he
empezado por el que tengo más cerca: “Museo de la Tortura mediante alicates”.
Había una performance donde un tipo de color blanco nuclear gritaba y sangraba
con mucho realismo. Suerte que lo visité a tiempo, fui un jueves y el viernes
ya estaba cerrado con precintos policiales y todo ese rollo.
Musicalmente hablando, todos
son grandes artistas, pero yo me decanté, para empezar, por el famoso Bolero de
Ravel. De momento no he encontrado la versión original, con letra, sólo una
redundante interpretación instrumental en la que se echa muy de menos algún “Me
dejaste desvencijado, pobre y viejo, acallado en... etc.”
El terreno en el que más he
avanzado, sin duda, ha sido en el literario.
Ya me he leído un libro
entero (“Teo en la piscina”) y decidido a ir subiendo el nivel progresivamente,
he empezado con uno un poquito más grande: “Rayuela” de Julio Cortázar.
Al principio creí que en la
biblioteca se habían equivocado y que me habían prestado un ejemplar que tiene
las hojas y las palabras desordenadas. Parece también que hay trozos de otros
libros e incluso de algún manual de instrucciones de una batidora o algo. Otro
vecino – éste sí que es cultísimo – me sacó de mi error y me dijo que no, que
el libro es así.
Vale.
Pues
insistiré en ello. Empezaré de nuevo. Porque no quiero que nunca más me digan
que no estoy ilustrado y que eso justifique que me tiren piedras o me hagan la
zancadilla en las escaleras del videoclub (bajándolas, que duele más).