Impartamos un poco de
justicia.
Estoy harto de oír y leer en
todas partes que las drogas son malas. No sé quién fue el lumbreras que se sacó
eso de la manga.
Las drogas son esos pequeños
bichillos que están sentados en sitios raros: al fondo de un cajón, en una
bolsa de plástico dentro de una caja ubicada sobre un armario y acompañadas de
peluches (escondidas debajo de los ositos y patos amarillos, abrigaditas con un
trozo de papel higiénico envuelto a su vez por un trozo de papel de plata –
unas siete vueltas que hacen el bulto un tanto grande - y todo ello protegido
con un trapo de inocente aspecto), cogidas con una goma en el interior de una
cisterna del retrete o bajo un colchón aplastadas contra el somier.
Ellas están ahí, quietas,
pasando la vida más o menos cómodamente, sin meterse con nadie.
Pero entonces llega el que
las usa, una y otra vez, el verdadero culpable de la tragedia que puede
conducir a cosas tan horribles como robar dinero del monedero de una triste
madre que, aun dándose cuenta, no osa afear la conducta a su querido hijo.
Normalmente porque piensan que si tanto esfuerzo y dolor les costó parirlo, no
va a resultar que el niño es mala persona.
Si yo abuso de mi
secretaria, a nadie se le ocurriría decir que la culpable es ella (bueno, quizá
a algunos jueces sí). Lo que toda mente cabal acabaría constatando es que el
malo soy yo, por abusar.
Las drogas no son malas, no
se meten con nadie. Son las víctimas. No abusemos de ellas.
Malo es Alejo (antes Aleix) Vidal Quadras. Prohibámoslo. O mejor, colguémoslo boca abajo, con los pies atados en la barandilla de cualquier puente y zarandeémoslo, a ver si escupe de una vez ese pelo que se le quedó atravesado en la garganta hace ya tiempo y que además de provocarle esa voz tan desagradable, está haciendo estragos en su deficiente cerebro fascista, el cual, sin duda, ya estaba mermado desde el penoso día en que sus ojos vieron la luz por primera vez.
Malo es Alejo (antes Aleix) Vidal Quadras. Prohibámoslo. O mejor, colguémoslo boca abajo, con los pies atados en la barandilla de cualquier puente y zarandeémoslo, a ver si escupe de una vez ese pelo que se le quedó atravesado en la garganta hace ya tiempo y que además de provocarle esa voz tan desagradable, está haciendo estragos en su deficiente cerebro fascista, el cual, sin duda, ya estaba mermado desde el penoso día en que sus ojos vieron la luz por primera vez.