domingo, 27 de mayo de 2012

Poesía culinaria


Bien, pues, por fin, después de mucho divagar, voy a empezar con lo que hace tiempo debería haber empezado.

Efectivamente, después de muchos días, por fin este blog de cocina fácil para todos los públicos empieza a funcionar como tal. Sé que muchos de vosotros lo estabais esperando como agua de grifo.

Puedo ver en la sala miradas de sorpresa, alguna de atención desmedida, tres de asco y al señor del fondo no le veo la mirada, porque está dormidito. Bajaré la voz. Míralo, qué mono.

¿Por qué un blog de cocina? – Seguro que te estás preguntando, tú, el de la tercera fila. Sí, tú, no pongas cara de tonto. Ah, que no la estás poniendo. Ya. En cualquier caso te preguntas que por qué un blog de cocina, ¿no?... ¿no?, pues hubiera sido una buena pregunta, ¿cuál es tu nombre?... entiendo.
Perdone, señor presidente.

Hay muchos blogs de cocina, pero no nos engañemos, son todos una birria. Yo me presento como la nueva esperanza, el que os abrirá los ojos, la panacea, la rehostia caramelizada, el no va más, la guinda del pastel, la Luz que iluminará vuestro camino. Todo eso. Y gratis. Seguro que al final hay truco. No lo sé.

La cocina es ese sitio en el que entran patatas, huevos y cebollas y, como por arte de magia, salen tortillas. Aquí voy a mostrar aquellos pequeños trucos que convertirán vuestros guisos en poesía. Pura poesía.
Y no es que entienda de poesía, bueno, ni de cocina, pero de poesía menos. Aun así, me considero un digno heredero de Antonio Machado, Rafael Alberti o Moncho Borrajo.
He aquí un ejemplo:

Me pierdo en tu piel.
me pierdo en tu hendidura
Hay que ver Maribel
cómo me pone la verdura.

Sí. Poesía-pop-vegetariana. No es mi especialidad, pero he de confesar que no se me da nada mal.

Vaya, parece que se ha hecho tarde. Hoy no hay tiempo de poner receta. Pues otro día. No pasa nada. Lo que sí voy a poner es una canción. Musical. Pop. 


domingo, 20 de mayo de 2012

Compañeros de piso


Alquilé mi semi-sótano totalmente engañado.
Pensaba que era para mi uso y disfrute exclusivo, sin miradas ajenas, sin estar condicionado a la hora de cambiar de canal. Pensaba que podría deambular dando diferentes, desacostumbrados y divertidos usos a la ropa interior sin temer miradas de desaprobación y/o repelencia. Creía, tontísimo de mí, que iba a poder disfrutar de mi soledad, que podría hacer la guitarra aérea sin antes tener que comprobar que nadie me viera, que podría hacer gestos obscenos mientras hablara por teléfono, que nada me impediría insultar a los presentadores de televisión sin llegar a sentirme un enfermo, que no habría ningún problema en susurrar soeces a las protagonistas de los anuncios de la tele a las cuatro de la madrugada...
Qué equivocado estaba, y cómo me engañaron los de la agencia.

No estoy solo. Comparto espacio (especialmente la cocina) con un número indefinido de pececillos de plata que no se dejan ver demasiado, excepto cuando menos me lo espero, como aquella mañana que me encontré con uno de ellos en la puerta del armario donde guardo el papel de aluminio y las tenazas para torturar.
Me miró fijamente a los ojos y juro que oí cómo me preguntó: “¿Dónde guardas el escanciador?”
Abrí otra puerta, sin dejar de mirarle, cogí un trozo de papel de cocina (sin usar) y chafé al asqueroso bicho.

He dado muerte a varios de ellos, pero por suerte sus costumbres sociales y su ética no se basan en los mismos valores que los nuestros. Si muere uno, ponen tres mil huevos más. Así son, les gusta procrear y yo sólo les doy motivos para ello.

Los hay de todos los tamaños: tan pequeños que cuesta verlos o tan grandes que me veo obligado a tratarles de “usted” para que no se molesten.
Son como los Diminutos, que nadie sabe dónde están. Sólo me temo que no sean pequeños seres bondadosos, si no que tengan un plan para hacerse con el control de mi hogar, dulce hogar.


viernes, 18 de mayo de 2012

Celebration

¡Menudo fiestón!

Cuando ya estaba decidido a tirar a la basura todos los canapés, beberme el lambrusco y darme una ducha de piña, una silueta se dibujó en la puerta.

Los ojos de mi joven vecina son azules o verdes. No lo sé muy bien. Siempre que me dispongo a mirárselos (los ojos), una gran timidez se apodera de mí, elevando la temperatura de mi cara y habiendo yo de usar mis manos para tapármela por si enrojece (la cara)
Como esto me sucede generalmente subiendo o bajando las escaleras, el privarme de visión me ha provocado unos cuantos disgustos que han acabado en la mayoría de las ocasiones en el hospital: collarín, tiritas, betadine.
Es joven, atractiva a rabiar, elegante y pizpireta. Es poseedora de unas piernas totalmente funcionales. Las dos. Es una mujer de bandera, soltera y es también la protagonista de mis ensueños. Tiene un cuerpo para pecar hasta la deshidratación más preocupante, un Seat Ibiza rojo y una abuela rolliza.

La silueta era de ésta, su abuela.

Trajo rosquillas. Algo duras. Las hizo en semana santa, pero no les había podido dar salida y le pareció una buena ocasión para endilgárselas a alguien. Yo, entre que no sé decir que no y que hace muchísimo que no me como una rosca, hinqué el diente a una, me lo rompí y decidí intentar acabar con ella a lametazos. Hoy tengo la lengua rasposa y dulce.

Empezó su verborrea: que se alegraba mucho de verme y que se sentía muy sola desde que hace más de veinte años murió su marido, que ojalá encontrara un buen mozo (no mayor de cincuenta y cinco) con gusto por lo moral, que supiera coser y que no hubiera perdido la alegría de vivir porque lo que es ella, ya no sabe qué hace en este mundo ahora que los hijos van a la suya y los nietos son todos unos vivales.
Empezaba yo a interesarme por ese último punto, escuchándola atentamente mientras escurría el contenido de la segunda botella de vino barato, cuando se silenció repentinamente y sus ojos se abrieron descomedidamente. Durante unos segundos me quedé observándola, divertido por lo tajante de la interrupción de sus palabras y espantado por contemplar la posibilidad de que los globos oculares se desprendieran de su cabeza.

En este momento recordé la frase aquella del dedo, el cielo, el necio y otras chicas del montón, o algo así y tracé una línea imaginaria que partía de las pupilas de la señora (teniendo en cuenta el ángulo que éstas formaban con su rostro) y terminaba en un punto concreto del suelo.

Allí, contentos, moviendo sus antenitas, jugaban no menos de quince pececillos de plata (o lepisma saccharina) Estaban sin duda felices por tener visita y excitados ante la posibilidad de que otra rosquilla cayera al suelo, pues para evitar destrozar mi estómago además de mi lengua, me vi obligado a deshacerme de la anterior ejecutando un lanzamiento parabólico (de ecuación aproximada: y=23,5x2 + 56,42x + 6,19) y sin duda dieron buena cuenta de ella.

Emití una risita trisilábica y la señora se largó argumentando que tenía que planchar unas croquetas. Por suerte ya no estaba solo, el lambrusco se había terminado y nadie había probado las tostadas con ketchup: ¡todas mías!

martes, 15 de mayo de 2012

Inauguración

¿Por qué no viene nadie?

Hace una hora que inauguré el blog y aun no he recibido una visita. ¿Dónde están mis amigos?

Me he pasado todo el día de ayer y toda la noche de ayer y de hoy, así como el día de hoy y parte de la noche de mañana, la noche de anteayer y el mediodía del día anterior preparándolo todo. Estoy desconcertado, las ojeras me llegan a la papada y no me sitúo bien en el espacio. Además, creo que me he quedado dormido mientras miccionaba. Como no me oriento bien, no sé exactamente dónde se dio tan lamentable suceso, en cuanto me tropiece con ello, lo limpiaré... si encuentro la fregona.

Me he puesto la ropa más elegante que tengo, he aplastado con agua y presión dactilar los rebeldes pelos del bigote y he ensayado mi mejor (y creo que única) sonrisa. No puedo abusar de ello: al subir los labios forzando la mueca simpática, se me cierran los ojos y me empiezo a oír roncando.

Hay zumo de piña, lambrusco del Lidl, tostaditas de pan integral untadas con cuarenta y tres tipos diferentes de paté y para el que no le gusten esas cochinadas, he untado algunas con ketchup.

Empiezo a no estar seguro de lo que estoy haciendo. Ser exhibicionista está bien para planearlo, pero ponerse al tema es mucho más difícil. En mi fuero interno espero que nadie venga, ni me lea, ni me dirija la palabra.